Tuesday, November 30, 2010

WikiLeaks y los nuevos medios


Assange ataca de nuevo; esta vez con una fuga de más de un cuarto de millón de cables diplomáticos. La información distribuida a importantes agencias noticiosas alrededor del mundo está siendo poco a poco digerida por el grueso del Internet. La página de WikiLeaks ha recibido atención mundial en estos últimos meses gracias a la publicación de cientos de miles de documentos sobre los conflictos de Afganistán y la guerra de Irak; y esta reciente fuga promete opacar las maniobras anteriores.

Algunos han elogiado el valor de dicha organización y han expresado fascinación ante lo que promete ser un hecho, sino revolucionario, bastante memorable en la historia del periodismo internacional. Otros han criticado fuertemente la supuesta irresponsabilidad del manejo de esta información, cuestionando las virtudes que Julian Assange y su equipo pretenden defender; entre ellas el derecho a la libertad de información.

El hecho es que este acontecimiento presenta cuestionamientos interesantes. Por un lado tenemos la polémica central que radica en entender (o tratar de hacerlo) que discurso implica el que WikiLeaks distribuya todo este material “confidencial” tan abiertamente. ¿Qué tipo de valores pretende rescatar? ¿Hay acaso una virtud inherente en la difusión de toda esta información? ¿Qué es lo que implica realmente? Adicionalmente es posible cuestionar el involucramiento de la prensa, especialmente aquellos que recibieron la primicia de los documentos (The Guardian, Le Monde, Der Spiegel, El País y The New York Times). ¿Cuáles son sus responsabilidades? ¿Cómo deben suministrar esta información? ¿Deben difundirla en su totalidad?

En el caso de las bitácoras de guerra, la justificación detrás de su difusión atendía a los crímenes, injusticias y violaciones a derechos humanos y tratados internacionales que ocurrían detrás de cámaras. Como se sospechaba, los Estados Unidos no siempre juegan limpio y la intención de esta fuga era acercar a la gente y los organismos pertinentes con estos crímenes para demandar justicia. La información era sensible, y muchas vidas corrían peligro con la liberación indiscriminada de estos documentos; sin embargo Assange nos convenció a muchos que estos riesgos eran meramente colaterales y manejables ante la necesidad de verter luz y justicia en la muerte de más de cien mil inocentes. La libertad de prensa, expresión y el derecho innegable a la información eran banderas que ondeaban alto en todos los rincones del Internet. WikiLeaks nos había recordado que no hay nadie por arriba de estos valores, ni tampoco Estado o institución demasiado grande para ser cuestionado. La gente se sintió empoderada, más cerca de la verdad y con mayor derecho a exigirla.

El caso de los cables diplomáticos parece seguir una lógica muy similar; sin embargo es una cuestión muy distinta. La premisa parte, nuevamente, de “desenmascarar” las acciones internas de los Estados Unidos en relación a su política exterior. De entrada, la fijación de WikiLeaks con el gobierno norteamericano ya es algo digno de mencionar. La labor que en principio parecía atender a una neutralidad de justicia global cada día parece más enfocada simplemente en desmitificar la imagen, ya de por sí bastante desfavorable, de una sola nación. Estados como Rusia, China y Gran Bretaña (así como cientos de corporaciones y organizaciones privadas) también tienen un sinnúmero de contrariedades, secretos y contradicciones; y aún así nada de una magnitud medianamente similar ha sido cubierto por la organización de Assange. Suponiendo que tal enfoque se deba simplemente a la “disponibilidad” de información (dado que el argumento de relevancia es, si acaso, dudoso), es algo que podemos pasar por alto.

La empresa global de “desenmascarar a Estados Unidos y llevar justicia al mundo entero” parece ser una motivación clave de esta reciente fuga. Sin embargo aquí también encontramos problemas. Lo detestable de muchos aspectos de la política exterior de nuestro vecino del norte es algo tan familiar que parece trillado. Si a estas alturas todavía hay gente que cree en el cuento de que Estados Unidos es el supremo paladín de la justicia, defensor del débil y gran promotor de la democracia; será la misma gente que desacreditará todo lo que WikiLeaks haga o, en el mejor de los casos, ni se darán por enterados. México ha vivido en carne propia los dobles estándares de la poderosa nación en temas tan variados como la lucha contra el narcotráfico, la inmigración y los, siempre tan deliciosamente neoliberales, tratados comerciales. Así también el mundo ha visto, sin necesidad de ningún iluminado de las libertades de información, la contradictoria retórica americana en situaciones recientes como Afganistán, Irak, Kosovo, Guantánamo o algunas ya más de índole histórico como Vietnam, Timor Oriental, Haití y el apoyo a su cliente favorito: Israel. La política exterior estadounidense ha sido puesta en evidencia incontables veces, tanto por personas externas como por influyentes intelectuales, políticos y activistas americanos; de forma que la gran mayoría de las “revelaciones” de esta fuga no pasan a ser sino tristes confirmaciones de hechos altamente sospechados.

Asimismo, el pensar que naciones como Francia, Alemania, China y otras más involucradas en estos cables no conocen el sucio juego de los secretos y la diplomacia es una noción totalmente irreal. Las naciones y diplomáticos del mundo saben que las relaciones internacionales son, antes que nada, un juego de intereses especiales, y este tipo de revelaciones fuera de contribuir al desarrollo del interés de todos estos estados, compromete el diálogo y la multi-lateralidad de esas relaciones. Hasta ahora, ninguno de los cables cubiertos ha ofrecido algún tipo de dato revelador o de destacada relevancia más allá de detalles que pertenecen a revistas de tabloide. Oraciones como “voluptuosa enfermera”, “fiestas desenfrenadas”, “macho alfa” y “botox” son insignificancias que producirán uno que otro bochorno, pero nada más.

Mucho del ciego apoyo a las recientes prácticas de WikiLeaks proviene de una relativamente nueva noción de que la información debe fluir en todas direcciones, en todo momento y a cualquier costo. Las tecnologías informáticas han ido revolucionando la forma en que nos comunicamos y poco a poco el Internet ha refinado y creado nuevos estándares de privacidad, distribución y manejo de la información. Fenómenos como los foros y blogs han evolucionado hasta llegar a los conceptos actuales de Google, Twitter y Facebook; marcas que dominan la forma y los nuevos paradigmas de cómo nos comunicamos. Nuestra información “privada” es manejada por estos conglomerados en gigantescas bases de datos con la excusa de que nos proveen un servicio invaluable: nos conectan de forma eficiente con lo que nos gusta y con las personas que nos interesan.

Así, convencidos de que esta nueva era de transparencia y flujo ilimitado de información es, como hecho, una evolución (con la carga que esa palabra lleva) hacia una sociedad mejor comunicada y con mayor libertad; vamos por ahí compartiendo cada vez con menor prudencia y recato todo lo que acontece en nuestras vidas y las de aquellos que nos rodean. Algo coincidentemente conveniente para todas esas corporaciones que hacen negocio de nuestra habilidad de reducir nuestra personalidad a marcas, productos y actividades. Anteriormente nos sentíamos un tanto amenazados al compartir nuestro estado amoroso, ideologías políticas o incluso gustos musicales ante el ojo de un público invisible encarnado en el Internet. Aún recuerdo la ardua deliberación que precedía a subir una foto real de mi persona en cualquier espacio de la carretera de la información. Ahora, sin embargo, cada fin de semana cientos de imágenes descaradas de íntima convivencia encuentran su camino al ciberespacio. Facebook ha creado la ilusión de ser un pequeño santuario de privacidad donde todos esos detalles que hemos decidido compartir se encuentran seguros del escrudiño de aquellos ajenos a nuestra lista de “amigos”; sin embargo ese no es el caso. El Internet (e incluso los medios tradicionales de comunicación) están plagados con fotos, videos, extractos y comentarios de esta colosal red social que fueron obtenidos sin el consentimiento de aquellos que expone. Y todo eso sin contar la fascinante cantidad de información que ha caído en manos de publicistas, mercadólogos y analistas de estas redes. Basta solo “twittear” alguna palabra clave para recibir el “follow” automático de algún vendedor.

Entonces, cuando nuestra información personal se ve violentada, nos damos cuenta de que la transparencia no es siempre deseable. Cuando nuestro jefe descubre nuestro tweet de tedio laboral, aquella amiga se topa con las fotos de nuestra última cita o aquel conocido se da cuenta que no lo invitamos a nuestra fiesta de cumpleaños; entonces comenzamos a cuestionar esta gran “revolución” informática. Y si la privacidad de nuestra información, la selección de diferentes canales de expresión y la administración de nuestros frentes comunicativos son cosas tan comunes y “sagradas” a nivel personal; es fácil entender la naturaleza esencial que presentan los cables diplomáticos difundidos recientemente. Hay razones obvias por las cuáles no mezclamos canales de información: Así como muchos de nosotros preferiríamos mantener lejos a nuestras madres del Facebook, así los diferentes países prefieren compartir información de manera limitada.

Y aunque la relación puede que no sea del todo atinada, el mérito de la publicación indiscriminada de información sin procesar es aún algo que no logro ver claramente. ¿Qué implicaciones tiene que todos tengamos información irrestricta a todos los detalles del mundo que nos rodea? ¿Podríamos si acaso asimilar una cantidad de datos, aún mayor, de la que actualmente recibimos? ¿Implicaría una mayor libertad el conocer los detalles más íntimos de quiénes nos rodean? ¿Sería posible vivir sabiendo exactamente todo sobre cómo se administra nuestro dinero, que contienen nuestros alimentos, bajo qué criterios se nos evalúa, que piensan los demás de nosotros? Sin duda, mucha de esa información nos interesa; y una sociedad más transparente de la que vivimos en la actualidad tiene muchos beneficios; pero es importante considerar incluso aunque todo esto estuviera disponible (mucho de ello ya lo está) hay veces que ni siquiera podemos comprender y asimilar las implicaciones de tal cantidad de datos. Una sobredosis de opciones e información muchas veces terminan abrumándonos y limitando nuestro actuar, haciéndonos un poco más miserables y hundiéndonos en una apatía aún mayor.

La cuestión de la moralidad de las relaciones internacionales es debate aparte; y a menos que dichos documentos contengan cuestiones realmente reveladoras que puedan mostrar luz y justicia sobre debates controversiales; su utilidad parece algo vago y difícil de comprender. Incluso si se diera tal caso; podríamos sobrevivir sin la gran mayoría de ese cuarto de millón de cables. Al final, las dudas de Clinton sobre la salud mental de Kirchner son tan justificadas y relevantes como las mías sobre la salud mental de la secretaria de Estado norteamericana.

2 comments:

Anonymous said...

Hace falta mencionar también que todos los diplomáticos que escribieron esos cables son servidores públicos que trabajan bajo el mandato de un gobierno elegido democráticamente y operan con el cobijo de los países sede (al igual que EE.UU. deja trabajar a los extranjeros en su territorio). Podremos estar en contra de los EE.UU., pero tienen una democracia que funciona y sólo el pueblo estadounidense tiene el derecho de pedir, a través de sus maneras preestablecidas, que estos cables sean públicos.

Como servidor público, apoyo en todo momento la transparencia y la rendición de cuentas, pero esto debe de venir del pueblo que me da de comer y al que tengo la obligación de responderle. También tengo la obligación de defender los valores de la legalidad, la democracia y la seguridad de las millones de personas que representa mi gobierno.

La filtración de esta información es un atentado contra la libertad de elección de 300 millones de personas y pone en riesgo la seguridad no sólo de ellos, sino de muchos de sus aliados. ¿Para qué? para unos simples reportes dignos de TV Notas que no le traen nada bueno al debate y sólo confirman lo que todo el mundo ya sabía.

La diplomacia es asín: se lleva a cabo a través de personas que tienen sentimientos y opiniones y que toman decisiones con la información que tienen disponible. Esta forma de hacer diplomacia no difiere de la forma en que lo hace el resto del mundo, por lo que no encuentro el objetivo de esta filtración, salvo dañar la imagen de EE.UU., el deporte preferido de los pseudo-activistas preocupados más por su imagen que por verdaderamente alimentar un debate útil para el mejoramiento de su sociedad.

Pinkrobot said...

Yo no entiendo bien el por qué de tu postura a pesar de que es un escrito extenso. Las razones para que NO se publiquen estas cosas es por 1. porque ya sabíamos o al menos anticipábamos esa información 2. porque hay otros países y organizaciones haciendo cosas malas, no sólo EU y 3. porque es mucha información y no la podemos asimilar? Me parecen razones débiles.

No estoy de acuerdo contigo, creo que wikileaks funciona como un medio para equilibrar los sistemas de poder. Si otros países y la ONU, muy probablemente, ya sabían todo lo que pasaba behind closed doors, ahora al menos tienen la presión pública de actuar de otra manera con respecto a sus relaciones con EU.

Y no sé finalmente, como dices, a los que no les interesa ni se enterarán, pero a los que sí, como tú, les das más argumentos tangibles para oponerse al poder hegemónico... o lo que sea.

Y bueno, no sé si quepa la comparación con facebook porque ultimadamente nosotros, los mortales, no le debemos cuentas a nadie y el subir toda esa información es totalmente voluntario. Aunque en facebook, como a nivel nación, el que nada debe nada teme.