Tuesday, November 30, 2010

WikiLeaks y los nuevos medios


Assange ataca de nuevo; esta vez con una fuga de más de un cuarto de millón de cables diplomáticos. La información distribuida a importantes agencias noticiosas alrededor del mundo está siendo poco a poco digerida por el grueso del Internet. La página de WikiLeaks ha recibido atención mundial en estos últimos meses gracias a la publicación de cientos de miles de documentos sobre los conflictos de Afganistán y la guerra de Irak; y esta reciente fuga promete opacar las maniobras anteriores.

Algunos han elogiado el valor de dicha organización y han expresado fascinación ante lo que promete ser un hecho, sino revolucionario, bastante memorable en la historia del periodismo internacional. Otros han criticado fuertemente la supuesta irresponsabilidad del manejo de esta información, cuestionando las virtudes que Julian Assange y su equipo pretenden defender; entre ellas el derecho a la libertad de información.

El hecho es que este acontecimiento presenta cuestionamientos interesantes. Por un lado tenemos la polémica central que radica en entender (o tratar de hacerlo) que discurso implica el que WikiLeaks distribuya todo este material “confidencial” tan abiertamente. ¿Qué tipo de valores pretende rescatar? ¿Hay acaso una virtud inherente en la difusión de toda esta información? ¿Qué es lo que implica realmente? Adicionalmente es posible cuestionar el involucramiento de la prensa, especialmente aquellos que recibieron la primicia de los documentos (The Guardian, Le Monde, Der Spiegel, El País y The New York Times). ¿Cuáles son sus responsabilidades? ¿Cómo deben suministrar esta información? ¿Deben difundirla en su totalidad?

En el caso de las bitácoras de guerra, la justificación detrás de su difusión atendía a los crímenes, injusticias y violaciones a derechos humanos y tratados internacionales que ocurrían detrás de cámaras. Como se sospechaba, los Estados Unidos no siempre juegan limpio y la intención de esta fuga era acercar a la gente y los organismos pertinentes con estos crímenes para demandar justicia. La información era sensible, y muchas vidas corrían peligro con la liberación indiscriminada de estos documentos; sin embargo Assange nos convenció a muchos que estos riesgos eran meramente colaterales y manejables ante la necesidad de verter luz y justicia en la muerte de más de cien mil inocentes. La libertad de prensa, expresión y el derecho innegable a la información eran banderas que ondeaban alto en todos los rincones del Internet. WikiLeaks nos había recordado que no hay nadie por arriba de estos valores, ni tampoco Estado o institución demasiado grande para ser cuestionado. La gente se sintió empoderada, más cerca de la verdad y con mayor derecho a exigirla.

El caso de los cables diplomáticos parece seguir una lógica muy similar; sin embargo es una cuestión muy distinta. La premisa parte, nuevamente, de “desenmascarar” las acciones internas de los Estados Unidos en relación a su política exterior. De entrada, la fijación de WikiLeaks con el gobierno norteamericano ya es algo digno de mencionar. La labor que en principio parecía atender a una neutralidad de justicia global cada día parece más enfocada simplemente en desmitificar la imagen, ya de por sí bastante desfavorable, de una sola nación. Estados como Rusia, China y Gran Bretaña (así como cientos de corporaciones y organizaciones privadas) también tienen un sinnúmero de contrariedades, secretos y contradicciones; y aún así nada de una magnitud medianamente similar ha sido cubierto por la organización de Assange. Suponiendo que tal enfoque se deba simplemente a la “disponibilidad” de información (dado que el argumento de relevancia es, si acaso, dudoso), es algo que podemos pasar por alto.

La empresa global de “desenmascarar a Estados Unidos y llevar justicia al mundo entero” parece ser una motivación clave de esta reciente fuga. Sin embargo aquí también encontramos problemas. Lo detestable de muchos aspectos de la política exterior de nuestro vecino del norte es algo tan familiar que parece trillado. Si a estas alturas todavía hay gente que cree en el cuento de que Estados Unidos es el supremo paladín de la justicia, defensor del débil y gran promotor de la democracia; será la misma gente que desacreditará todo lo que WikiLeaks haga o, en el mejor de los casos, ni se darán por enterados. México ha vivido en carne propia los dobles estándares de la poderosa nación en temas tan variados como la lucha contra el narcotráfico, la inmigración y los, siempre tan deliciosamente neoliberales, tratados comerciales. Así también el mundo ha visto, sin necesidad de ningún iluminado de las libertades de información, la contradictoria retórica americana en situaciones recientes como Afganistán, Irak, Kosovo, Guantánamo o algunas ya más de índole histórico como Vietnam, Timor Oriental, Haití y el apoyo a su cliente favorito: Israel. La política exterior estadounidense ha sido puesta en evidencia incontables veces, tanto por personas externas como por influyentes intelectuales, políticos y activistas americanos; de forma que la gran mayoría de las “revelaciones” de esta fuga no pasan a ser sino tristes confirmaciones de hechos altamente sospechados.

Asimismo, el pensar que naciones como Francia, Alemania, China y otras más involucradas en estos cables no conocen el sucio juego de los secretos y la diplomacia es una noción totalmente irreal. Las naciones y diplomáticos del mundo saben que las relaciones internacionales son, antes que nada, un juego de intereses especiales, y este tipo de revelaciones fuera de contribuir al desarrollo del interés de todos estos estados, compromete el diálogo y la multi-lateralidad de esas relaciones. Hasta ahora, ninguno de los cables cubiertos ha ofrecido algún tipo de dato revelador o de destacada relevancia más allá de detalles que pertenecen a revistas de tabloide. Oraciones como “voluptuosa enfermera”, “fiestas desenfrenadas”, “macho alfa” y “botox” son insignificancias que producirán uno que otro bochorno, pero nada más.

Mucho del ciego apoyo a las recientes prácticas de WikiLeaks proviene de una relativamente nueva noción de que la información debe fluir en todas direcciones, en todo momento y a cualquier costo. Las tecnologías informáticas han ido revolucionando la forma en que nos comunicamos y poco a poco el Internet ha refinado y creado nuevos estándares de privacidad, distribución y manejo de la información. Fenómenos como los foros y blogs han evolucionado hasta llegar a los conceptos actuales de Google, Twitter y Facebook; marcas que dominan la forma y los nuevos paradigmas de cómo nos comunicamos. Nuestra información “privada” es manejada por estos conglomerados en gigantescas bases de datos con la excusa de que nos proveen un servicio invaluable: nos conectan de forma eficiente con lo que nos gusta y con las personas que nos interesan.

Así, convencidos de que esta nueva era de transparencia y flujo ilimitado de información es, como hecho, una evolución (con la carga que esa palabra lleva) hacia una sociedad mejor comunicada y con mayor libertad; vamos por ahí compartiendo cada vez con menor prudencia y recato todo lo que acontece en nuestras vidas y las de aquellos que nos rodean. Algo coincidentemente conveniente para todas esas corporaciones que hacen negocio de nuestra habilidad de reducir nuestra personalidad a marcas, productos y actividades. Anteriormente nos sentíamos un tanto amenazados al compartir nuestro estado amoroso, ideologías políticas o incluso gustos musicales ante el ojo de un público invisible encarnado en el Internet. Aún recuerdo la ardua deliberación que precedía a subir una foto real de mi persona en cualquier espacio de la carretera de la información. Ahora, sin embargo, cada fin de semana cientos de imágenes descaradas de íntima convivencia encuentran su camino al ciberespacio. Facebook ha creado la ilusión de ser un pequeño santuario de privacidad donde todos esos detalles que hemos decidido compartir se encuentran seguros del escrudiño de aquellos ajenos a nuestra lista de “amigos”; sin embargo ese no es el caso. El Internet (e incluso los medios tradicionales de comunicación) están plagados con fotos, videos, extractos y comentarios de esta colosal red social que fueron obtenidos sin el consentimiento de aquellos que expone. Y todo eso sin contar la fascinante cantidad de información que ha caído en manos de publicistas, mercadólogos y analistas de estas redes. Basta solo “twittear” alguna palabra clave para recibir el “follow” automático de algún vendedor.

Entonces, cuando nuestra información personal se ve violentada, nos damos cuenta de que la transparencia no es siempre deseable. Cuando nuestro jefe descubre nuestro tweet de tedio laboral, aquella amiga se topa con las fotos de nuestra última cita o aquel conocido se da cuenta que no lo invitamos a nuestra fiesta de cumpleaños; entonces comenzamos a cuestionar esta gran “revolución” informática. Y si la privacidad de nuestra información, la selección de diferentes canales de expresión y la administración de nuestros frentes comunicativos son cosas tan comunes y “sagradas” a nivel personal; es fácil entender la naturaleza esencial que presentan los cables diplomáticos difundidos recientemente. Hay razones obvias por las cuáles no mezclamos canales de información: Así como muchos de nosotros preferiríamos mantener lejos a nuestras madres del Facebook, así los diferentes países prefieren compartir información de manera limitada.

Y aunque la relación puede que no sea del todo atinada, el mérito de la publicación indiscriminada de información sin procesar es aún algo que no logro ver claramente. ¿Qué implicaciones tiene que todos tengamos información irrestricta a todos los detalles del mundo que nos rodea? ¿Podríamos si acaso asimilar una cantidad de datos, aún mayor, de la que actualmente recibimos? ¿Implicaría una mayor libertad el conocer los detalles más íntimos de quiénes nos rodean? ¿Sería posible vivir sabiendo exactamente todo sobre cómo se administra nuestro dinero, que contienen nuestros alimentos, bajo qué criterios se nos evalúa, que piensan los demás de nosotros? Sin duda, mucha de esa información nos interesa; y una sociedad más transparente de la que vivimos en la actualidad tiene muchos beneficios; pero es importante considerar incluso aunque todo esto estuviera disponible (mucho de ello ya lo está) hay veces que ni siquiera podemos comprender y asimilar las implicaciones de tal cantidad de datos. Una sobredosis de opciones e información muchas veces terminan abrumándonos y limitando nuestro actuar, haciéndonos un poco más miserables y hundiéndonos en una apatía aún mayor.

La cuestión de la moralidad de las relaciones internacionales es debate aparte; y a menos que dichos documentos contengan cuestiones realmente reveladoras que puedan mostrar luz y justicia sobre debates controversiales; su utilidad parece algo vago y difícil de comprender. Incluso si se diera tal caso; podríamos sobrevivir sin la gran mayoría de ese cuarto de millón de cables. Al final, las dudas de Clinton sobre la salud mental de Kirchner son tan justificadas y relevantes como las mías sobre la salud mental de la secretaria de Estado norteamericana.

Sunday, November 7, 2010

Fragmentos


Hay veces que tengo muchas ganas de escribir, pero las opciones me paralizan. Siento la necesidad de desarrollar infinidad de ideas que al final no logro decidirme por ninguna, y lo peor es que termino olvidando todas. Normalmente cuando la inspiración toma posesión de mí me encuentro lejos de la computadora, y aunque he intentado diferentes métodos para plasmar (aunque sea) la esencia de aquella escurridiza idea que se planta frente a mí; no he logrado desarrollar un procedimiento efectivo para hacerlo.

De repente me encuentro en la parada de camión y empiezo a dialogar con ese yo imaginario. Entonces lo callo con la mente y le reviro un montón de ideas estructuradas de forma natural, ágil y concisa. Le argumento mi planteamiento como lo hace la “gente grande” y esas mismas ideas desencadenan un flujo dinámico y coherente a conceptos más complejos; pero igual de interesantes e importantes.

Terminado mi embate personal, trato de repasar de manera breve todo el desarrollo anterior para darme cuenta tristemente que los detalles los he olvidado por completo. Sin embargo no me desanimo; tomo la premisa general y nuevamente juego con ella para recordarla a futuro y volverla a desarrollar después. Aún así no es fácil mantener la esencia de la tesis fresca e inalterada. Pronto mi cerebro solo puedo evocar una o dos oraciones de todo aquel ensayo mental y para cuando finalmente llego a mi computadora, queda si acaso la palabra principal.

Pienso que tal vez mi acercamiento a esta problemática ha sido el incorrecto. Como muchas otras cosas en mi vida, siento que el problema aquí es la sobre-racionalización de lo que acontece en mi cerebro. Las veces en que he expresado cosas que realmente han valido la pena no han sido por causa de un proceso como éste. Cuando he descubierto una importante revelación personal no ha sido siguiendo una metodología ni estructurando una vía de pensamiento concreto.

En la parada del camión, en el balcón de aquel departamento, en la habitación de esa antigua casa, en la terraza de aquel otro hogar, en el camastro de ese gran barco, en la mesa de ese pintoresco restaurante, al cruzar aquel moderno puente, al calor de esa enorme fogata, a la orilla de la playa aquella noche… en todas esas ocasiones en las que he sentido un flujo incontenible de pensamientos, ideas y conceptos realmente emocionantes no han sido más que fruto de sentimientos muy intensos provocados por la misma temporalidad y locación de donde fueron experimentados.

Es entonces un poco tonto de mi parte el pretender revivir esas experiencias en el familiar ambiente de mi escritorio apelando tan solo a la construcción de oraciones a partir de borrosas siluetas conceptuales. Aunque me imagino también que, el tratar de replicar los sentimientos que produjeron tal inspiración es algo que se podría tachar de inconcebible.

La memoria es una herramienta poderosa, pero traicionera. Al cerrar los ojos puedo evocar un sinnúmero de acontecimientos tal y como sucedieron (acorde a uno mismo). Así, con un esfuerzo considerable, puedo incluso tratar de emular los sonidos y el sentir de mi cuerpo al ser bañado por burbujas en la pista de baile, empujado por el viento en la cubierta de aquel barco o refrescado por la brisa de aquella noche en el casco antiguo.

La memoria, sin embargo, no me advierte de todas las inconsistencias que realizar esto conlleva. Para ella, la exageración y explotación de vivencias o el menosprecio de las mismas es algo que le tiene sin cuidado. La memoria juega en conjunto con la imaginación y el olvido en una convivencia por demás irracional. Un pequeño detalle perdido o una imagen falsa estratégicamente colocada pueden ser suficientes para olvidar, cambiar, transformar o destruir la profunda realidad que representaba aquella idea.

Y aunque el resultado puede que no varié en demasía, no deja de ser una riesgosa apuesta al cuestionable poder de nuestra mente. Ahora, a pesar de que dicha capacidad es grande, la memoria es un mecanismo que pierde muy rápidamente su habilidad para replicar sentimientos y pronto se convierte tan solo en un proyector de imágenes estáticas, borrosas y con poca significación. Esto no quiere decir que tales momentos se pierdan para siempre; simplemente significa que ha cambiado la forma en que podemos acceder a ellos.

Cuando aquel momento de brillante inspiración es olvidado casi por completo (en lo que respecta a los sentimientos que lo produjeron) ya no queda más que acudir a los sueños para intentar revivir esos poderosos viajes de auto-revelación. Al cerrar los ojos, el cerebro continua trabajando horas extras y en un breve acto de benevolencia decide no solo proyectarnos de forma brutalmente directa la experiencia de aquellos momentos de exaltación intelectual; sino que a su vez construye (con nuestra sutil autorización) escenarios, diálogos y personajes que complementan, desarrollan o transforman en su totalidad la idea que pretendíamos recuperar en un principio.

Me gusta pensar que, de recordar estos sueños al amanecer, no solo he ganado una segunda oportunidad de plasmar valiosas ideas en un texto; sino que además viví un proceso de argumentación interno que me permitió obtener la esencia de aquellos sentimientos y al mismo tiempo darles una interpretación personal muy fuerte.

Ahora bien, lo anterior no es algo que pueda replicar o realizar a voluntad; de forma que mi problemática inicial permanece. No tengo forma de recuperar muchas ideas, muchas frases, muchos sentires. Es tan rara la vez que logro hacerlo que ahora prefiero tan solo experimentar de la forma más real posible aquellas revelaciones internas en su momento y dejar a la suerte su eventual regreso al reino de mi mente.

Cuando comienzo a jugar con esa espada de doble filo que llamamos memoria, hay veces que me invade un extraño sentimiento de atemporalidad. De repente siento que todo acontece al mismo tiempo. Recuerdo cosas que no han sucedido y siento que mi presente es un sueño aún sin realizarse. Eso me sucede bastante cuando veo en retrospectiva, y recuerdo a todos aquellos que no conozco pero que quisiera conocer.

Es como un extraño torbellino de sentimientos en el cual no es posible distinguir cual precede o antecede a los demás. Me siento perdido ante una tormenta de ideas en donde muchas se antoja totalmente nuevas cuando no son más que una amorfa combinación de otras ya existentes, resultado de la inestabilidad de ese mismo tornado de sentires.

Es como verla a los ojos por primera vez y sentir que la conozco de toda la vida. Soñar que tomo su mano y despertar al darme cuenta de que no sé quién es. Platicar con ella e imaginar nuestro mañana para después enterarme que no la volveré a ver. Encontrármela camino a casa y tras conversar amenamente, darme cuenta que nunca antes le había hablado. Es, simplemente, como sentir que todo sucede al mismo tiempo, que las fronteras del ayer, el hoy y el mañana se desvanecen en mi mente creando tan solo un gran charco de imágenes ininteligibles en el que comienzo a ahogarme al encontrarme rodeado únicamente de agua y color.

Ahí, donde la imaginación y la memoria se confunden es el lugar donde se guardan todas estas ideas, en donde se gestan todos estos sentimientos y en donde eventualmente vuelven a morir; como una gota de lluvia que se fragmenta en el concreto mientras espera incompleta para ascender de nueva cuenta a las nubes que la vieron partir.

Thursday, November 4, 2010

Sobre el alcohol, la peor droga del universo

Recientemente la discusión sobre la legalización de las drogas ha tomado revuelo en los medios masivos de comunicación. La situación actual en México, entre otras cosas, ha propiciado en el público esta inquietud de debatir y cuestionar el marco de legalidad actual en cuanto a narcóticos. El debate, como todo aquello que vale la pena discutir, tiene argumentos muy convincentes tanto a favor y en contra; y el primer error a la hora de plantearlo es pensar que posee una fácil solución. No es solo un tema de salud pública, sino también de seguridad y libertad individual.

En este contexto, el artículo “Drug harms in the UK: a multicriteria decision analysis1, publicado en The Lancet por el Profesor David J. Nutt ha sido tomado por los partidarios de la legalización como un estandarte de batalla para poner en evidencia la anticuada clasificación de peligrosidad de estupefacientes.

El artículo que analiza la peligrosidad de diferentes drogas concluye en términos generales, que el alcohol es la sustancia más dañina, por arriba del tabaco, la heroína y el crack. Así mismo ubica drogas como la mariguana, el LSD y los hongos alucinógenos como prácticamente inofensivos en relación a otros narcóticos. Bajo esta premisa se abre una vía de discusión y crítica que cuestiona fuertemente el porqué una droga tan devastadora como el alcohol es legal mientras que los conservadores luchan por mantener la mariguana prohibida.

Estadísticas similares muestran como las muertes anuales por consumo de tabaco o en accidentes relacionados al alcohol son altamente superiores a los hechos violentos similares producidos por drogas ilegales. En conjunto, este tipo de argumentos parecen ser un fuerte golpe en contra del status quo del marco regulatorio en materia de drogas. Pero como todo, las premisas de las que parten y el marco en el que se originan, deben ser analizadas cuidadosamente antes de arrojarnos ciegamente a un debate que puede que aún no comprendamos del todo.

En la cuestión estadística es claro que la nicotina, e incluso la obesidad (que proviene de otro tipo de adicción), son responsables de muchas más muertes que otras drogas ilegales. Tan solo en el 2000, el tabaco provocó 435,000 muertes en E.U., mientras que solo 17,000 fueron atribuidas a drogas ilegales2. Sin embargo, no es posible emitir un juicio realmente honesto sin tomar en cuenta que, en efecto, el tabaco y el alcohol son drogas legales y por tanto su consumo es generalizado. Tampoco podemos, por otra parte, estimar como se verían esos números si la cocaína o el cristal pudieran ser adquiridos en la tiendita de la esquina; pero es importante considerarlo. El decir que las drogas legales son más letales que el resto en base a este tipo de datos es falaz.

Ahora bien, el artículo del profesor Nutt plantea al alcohol como la droga más perjudicial, no en términos de muertes estadísticas, sino en una calificación de diferentes criterios realizada por especialistas en la materia. La clasificación se divide en dos grandes rubros: el daño personal (en términos físicos, psicológicos y sociales) y el daño a la sociedad (en las mismas dimensiones).

En cuestiones de daño personal, las tres drogas más dañinas acorde a dicho estudio son el crack (una forma menos refinada de cocaína), heroína y las metanfetaminas. En cuestión de daño a la sociedad las tres más perjudiciales fueron el alcohol, la heroína y el crack. Con la combinación de ambos resultados se concluyó que, conjuntando ambas dimensiones, las drogas más nocivas eran el alcohol, la heroína y el crack, en ese orden.

Considerando que el estudio fue realizado por especialistas y suponiendo un alto rigor científico carente de conflictos de interés, los resultados que muestra Nutt son bastante controversiales y pueden dar pie a argumentar a favor, no solo de la legalización de la mariguana, sino de sustancias increíblemente nocivas como las “drogas duras”. Pero nuevamente hay que tomar este tipo de estudios de manera precavida y leer sus implicaciones con detenimiento.

Estudios similares3,4 muestran correlaciones importantes con el artículo mencionado; pero no concuerdan del todo; y esto se deriva en parte de que a pesar de que muchos criterios se presentan como cuantitativos (costo económico en la sociedad), la falta de datos claros en esos términos hace que su contribución sea meramente cualitativa:

Social harms are harder to ascertain, although estimates based on road traffic and other accidents at home, drug-related violence, and costs to economies in provider countries (eg, Colombia, Afghanistan, and Mexico) have been estimated. Police records lend support to the effect of drug dealing on communities and of alcohol-related crime. However, data are not available for many of the criteria, so the expert group approach is the best we can provide.1

De forma similar, los criterios analizados presentan la problemática de la asignación de pesos en la calificación final, que si bien estos no parten de una total arbitrariedad, no dejan de estar basados en un consenso de juicio personal:

The issue of the weightings is crucial since they affect the overall scores. The weighting process is necessarily based on judgment1

El artículo de Nutt fue resultado de la conjunción de un panel de expertos y la posterior discusión de los criterios analizados. Los resultados no se presentan como una evaluación exhaustiva de datos, indicadores o investigaciones anteriores; sino como fruto de una metodología de consenso entre expertos en el campo.

Estas consideraciones no pretenden, bajo ninguna circunstancia, demeritar la investigación realizada; pero son cuestiones que tienen que tomarse en cuenta antes de proclamar como hecho innegable lo que el artículo muestra. Es claro el hecho de que la ilegalidad de la mariguana, al menos en términos de salud, es un tanto confusa. Sin embargo, un argumento en pro de la legalización tiene que considerar que es muy diferente el plantear el consumo legal de mariguana u hongos alucinógenos, a tomar la vía rápida (y un tanto reaccionaria) de englobar como tema igualmente debatible la legalización de drogas como el crack.

El consumo generalizado de las drogas legales ha permitido el analizar su impacto en términos de salud pública de forma concreta; cosa que no se da con sustancias de las cuales se conoce muy poco, como el LSD entre otras. Así, es difícil el cuantificar de forma hipotética su impacto en salud pública bajo un marco de legalidad total. Adicionalmente el daño que implica la utilización de un narcótico va más allá criterios estadísticos y/o económicos; y las consideraciones sociales y de riesgos a la seguridad pública son factores que difícilmente podrán medirse en términos duros y totalmente objetivos. El cuestionar es el primer paso para mejorar y reformar; pero no hay que olvidar el hacerlo de manera responsable.

DMT, "The spirit molecule"

Referencias

[1] Nutt, David J. FMedSci, King, Leslie A., PhD, Phillips, Lawrence D., PhD, Drug harms in the UK: a multicriteria decision analysis," The Lancet, Early Online Publication, (November 1,2010), doi:10.1016/S0140-6736(10)61462-6 (http://www.thelancet.com/journals/lancet/article/PIIS0140-6736%2810%2961462-6/fulltext)

[2] Mokdad, Ali H., PhD, James S. Marks, MD, MPH, Donna F. Stroup, PhD, MSc, Julie L. Gerberding, MD, MPH, "Actual Causes of Death in the United States, 2000," Journal of the American Medical Association, (March 10, 2004), G225 Vol. 291, No. 10, p. 1238, 1240. (http://proxy.baremetal.com/csdp.org/research/1238.pdf)

[3] Nutt D, King LA, Saulsbury W, Blakemore C. Development of a rational scale to assess the harm of drugs of potential misuse. Lancet 2007; 369: 1047-1053. (http://www.thelancet.com/journals/lancet/article/PIIS0140-6736%2807%2960464-4/fulltext)

[4] Murphy PN, Britton J, Arnott D, et al. Assessing drug-related harm. Lancet 2007; 369: 1856-1857. (http://www.thelancet.com/journals/lancet/article/PIIS0140-6736%2807%2960841-1/fulltext#)