“When I give food to the poor, they call me a saint. When I ask why the poor have no food, they call me a communist.”
Hélder Pessoa Câmara
20 imágenes x 20 segundos. Que maravillosa y prístina
alegoría al frenetismo de nuestros tiempos. No tan maravillosa es la
connotación de “innovación social” con la que esta organización pretende
replicar un modelo mayormente superficial de auto-indulgencia.
El pasado viernes tuve la oportunidad de
asistir a este evento, replica de una aparente franquicia de creativos, que se
llevó a cabo en las inmediaciones de los jardines de la Iglesia de Fátima. La
sede no pudo ser más adecuada, colocándose en el corazón de San Pedro y al pie
de una institución tradicionalmente definida por su caritativo rol de alivio
ante las injusticias sociales de un presente mayormente incomprendido. Lo
anterior lo digo sin ningún dejo de hipocresía. Es simplemente la aceptación
descriptiva de un evento encapsulado en las mismas pretensiones de su sede.
Ahí estaba sentado yo, sin ninguna expectativa
mayor que escuchar a algunos “emprendedores sociales” hablar de sus historias
de éxito. Todo esto con el ánimo de aprender, asimilar y visualizar nuevas
alternativas de impacto real sobre las múltiples y graves desavenencias de un
presente mayormente inadecuado.
De inmediato, la torpeza de la presentadora/organizadora,
y su intención de simularla mediante una supuesta indiferencia ante los
convencionalismos de una actitud profesional, encendieron algunas banderas
rojas. Después se anunció el formato de presentación, en el cuál básicamente se
recorrerían 20 diapositivas en un transcurso no mayor a 7 minutos. En una
inconsciente metáfora de la superficialidad de nuestros tiempos se nos pidió
observar como algunas luminarias sociales intentaban (muchas veces sin éxito)
elaborar un punto en un período de tiempo en dónde apenas es posible comenzar a
concentrarse en los temas en cuestión. Replicando el vicio moderno por las
imágenes y las pequeñas explosiones de contenido (Twitter, Facebook, YouTube,
Whatsapp, etc.) se apeló a la falta de habilidades de concentración de una
generación para mostrar insulsos episodios, aparentemente creativos, de inocua caridad.
Es una pena, verdaderamente, el tener que
elaborar esta crítica cuando aún tengo la firme convicción de que algunos de
los expositores tiene cosas realmente valiosas que decir y simplemente se
vieron brutalmente limitados por un formato que desbordaba pretensión.
No mentiré; sin embargo, al decir que más de la
mitad de los expositores fueron simplemente un reflejo de una burbuja detestable,
conformes con poder generar algún impacto mínimo en términos sociales. Éxito
que, vale la pena mencionar, estaba en parte asegurado por su condición de
líderes sin rumbo en un sector mayormente alienado de la sociedad en la cual
pretenden innovar. Nuevamente la palabra innovación se observa prostituida en
lo que, a mi parecer, fue un vacuo desfile de anécdotas moralmente pretensiosas
con un nulo contenido crítico de las causas que dieron origen a las necesidades
que estos “filántropos” atendían con notable entusiasmo.
Hubo un par de intervenciones realmente
deprimentes, otras simplemente rayaban en la mediocridad. Algunas, como el caso
del estudiante de arquitectura Darío Cabral López o el interesante modelo de
Javier Lozano; o el peculiar y carismático profesor de historia del arte Juan
Alberto Caraballo; mostraban una intención única y sincera de generar valor y
consciencia a través de esquemas sencillos, sensibles y aterrizados. El resto
eran mayormente réplicas poco reflexionadas de modelos de intervención social
que funcionaron en otros contextos y marcos culturales; o en el peor de los
casos, publicidad glorificada de eventos o servicios maquillados con el tinte de la responsabilidad
social.
Términos tan escandalosos como “rentabilidad
social” y referencias a menor número de engranajes en el cerebro de las
personas con capacidades diferentes resultaron en alrededor de una hora y media
de “frases ganadoras”, “lugares comunes” y una colectiva permisibilidad de indulgencia
aislada, en todo momento, de lo que en teoría pretendían exaltar.
Ahora, no quiero que se malentienda el sentido
de esta crítica. He de aceptar que a pesar de que algunos de los ponentes
tenían, incluso, fuertes limitantes para exponer un punto, las labores
caritativas no dejan de mostrarse como algo positivo en un mundo de brutal
carencia e inequidad. Sin embargo me parece algo molesto el observar como nuestra
sociedad conformista se tranquiliza con hacer un pequeño esfuerzo (en la medida
de sus posibilidades) mientras se rehúsa, consciente o inconscientemente, a
cuestionar los orígenes de tan graves problemáticas.
Ayudar a un montón de comunidades marginales
para ahogar algún indicio de culpa simulada tiene un impacto recalcable, pero el
hacerlo sobre una naturaleza igual de absurda que las contradicciones sistémicas
que dieron origen a la marginalidad en sí me parece contradictorio. Era tal la
necesidad de justificar o elevar la calidad moral poco reflexionada de cada una
de estas intervenciones que el formato de PechaKucha ni siquiera contemplaba
algún momento de preguntas, debate o discusión. Ahí estábamos todos, alimentándonos
de lo que se mostraban como éxitos incuestionables, como fachadas perfectas de
complemento a una vida de comodidades, lujos y tradicionalismos sociales. No
había mecanismos, ni momentos, ni tiempos para elucidar algún cuestionamiento
que permitiera profundizar las ramplonas suposiciones que llevaron a actuar a
muchos de este supuesto innovadores sociales. El evento se formaba entonces en
torno a las mismas limitantes de nuestra conformista y masificada sociedad.
Y así al final, de manera muy propia, todos aplaudíamos
el esfuerzo de superficiales versiones de nuestro entorno al momento que dábamos
pie al ritual de anestesia semanal que unas “cervecitas” inauguran en pro de
las mismas convenciones sociales que nos tienen hundidos en las problemáticas
que tratamos de atender.
Es importante entender que la innovación social
no proviene de la generación de un modelo de “rentabilidad social” que tome
partido de la misma desigualdad que simulamos detestar. Los verdaderos cambios
y transformaciones sociales provienen de un cuestionamiento real y auténtico de
la raíz misma que justifica el estado actual de las cosas. Es necesario revivir
la interpretación histórica de nuestro presente y, comprender, en magnitud,
contexto y marco actual; las verdaderas contradicciones que dan pauta a todos
estos pequeños problemas que acontecen en nuestra minúscula realidad.
Un evento de innovación no debe ser una
exaltación del status quo; sino un
espacio contemplado para destruirlo.
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