Sunday, August 24, 2014

PechaKucha MTY


“When I give food to the poor, they call me a saint. When I ask why the poor have no food, they call me a communist.” 
Hélder Pessoa Câmara

20 imágenes x 20 segundos. Que maravillosa y prístina alegoría al frenetismo de nuestros tiempos. No tan maravillosa es la connotación de “innovación social” con la que esta organización pretende replicar un modelo mayormente superficial de auto-indulgencia.

El pasado viernes tuve la oportunidad de asistir a este evento, replica de una aparente franquicia de creativos, que se llevó a cabo en las inmediaciones de los jardines de la Iglesia de Fátima. La sede no pudo ser más adecuada, colocándose en el corazón de San Pedro y al pie de una institución tradicionalmente definida por su caritativo rol de alivio ante las injusticias sociales de un presente mayormente incomprendido. Lo anterior lo digo sin ningún dejo de hipocresía. Es simplemente la aceptación descriptiva de un evento encapsulado en las mismas pretensiones de su sede.

Ahí estaba sentado yo, sin ninguna expectativa mayor que escuchar a algunos “emprendedores sociales” hablar de sus historias de éxito. Todo esto con el ánimo de aprender, asimilar y visualizar nuevas alternativas de impacto real sobre las múltiples y graves desavenencias de un presente mayormente inadecuado.

De inmediato, la torpeza de la presentadora/organizadora, y su intención de simularla mediante una supuesta indiferencia ante los convencionalismos de una actitud profesional, encendieron algunas banderas rojas. Después se anunció el formato de presentación, en el cuál básicamente se recorrerían 20 diapositivas en un transcurso no mayor a 7 minutos. En una inconsciente metáfora de la superficialidad de nuestros tiempos se nos pidió observar como algunas luminarias sociales intentaban (muchas veces sin éxito) elaborar un punto en un período de tiempo en dónde apenas es posible comenzar a concentrarse en los temas en cuestión. Replicando el vicio moderno por las imágenes y las pequeñas explosiones de contenido (Twitter, Facebook, YouTube, Whatsapp, etc.) se apeló a la falta de habilidades de concentración de una generación para mostrar insulsos episodios, aparentemente creativos, de inocua caridad.

Es una pena, verdaderamente, el tener que elaborar esta crítica cuando aún tengo la firme convicción de que algunos de los expositores tiene cosas realmente valiosas que decir y simplemente se vieron brutalmente limitados por un formato que desbordaba pretensión.

No mentiré; sin embargo, al decir que más de la mitad de los expositores fueron simplemente un reflejo de una burbuja detestable, conformes con poder generar algún impacto mínimo en términos sociales. Éxito que, vale la pena mencionar, estaba en parte asegurado por su condición de líderes sin rumbo en un sector mayormente alienado de la sociedad en la cual pretenden innovar. Nuevamente la palabra innovación se observa prostituida en lo que, a mi parecer, fue un vacuo desfile de anécdotas moralmente pretensiosas con un nulo contenido crítico de las causas que dieron origen a las necesidades que estos “filántropos” atendían con notable entusiasmo.

Hubo un par de intervenciones realmente deprimentes, otras simplemente rayaban en la mediocridad. Algunas, como el caso del estudiante de arquitectura Darío Cabral López o el interesante modelo de Javier Lozano; o el peculiar y carismático profesor de historia del arte Juan Alberto Caraballo; mostraban una intención única y sincera de generar valor y consciencia a través de esquemas sencillos, sensibles y aterrizados. El resto eran mayormente réplicas poco reflexionadas de modelos de intervención social que funcionaron en otros contextos y marcos culturales; o en el peor de los casos, publicidad glorificada de eventos o servicios  maquillados con el tinte de la responsabilidad social.

Términos tan escandalosos como “rentabilidad social” y referencias a menor número de engranajes en el cerebro de las personas con capacidades diferentes resultaron en alrededor de una hora y media de “frases ganadoras”, “lugares comunes” y una colectiva permisibilidad de indulgencia aislada, en todo momento, de lo que en teoría pretendían exaltar.

Ahora, no quiero que se malentienda el sentido de esta crítica. He de aceptar que a pesar de que algunos de los ponentes tenían, incluso, fuertes limitantes para exponer un punto, las labores caritativas no dejan de mostrarse como algo positivo en un mundo de brutal carencia e inequidad. Sin embargo me parece algo molesto el observar como nuestra sociedad conformista se tranquiliza con hacer un pequeño esfuerzo (en la medida de sus posibilidades) mientras se rehúsa, consciente o inconscientemente, a cuestionar los orígenes de tan graves problemáticas.

Ayudar a un montón de comunidades marginales para ahogar algún indicio de culpa simulada tiene un impacto recalcable, pero el hacerlo sobre una naturaleza igual de absurda que las contradicciones sistémicas que dieron origen a la marginalidad en sí me parece contradictorio. Era tal la necesidad de justificar o elevar la calidad moral poco reflexionada de cada una de estas intervenciones que el formato de PechaKucha ni siquiera contemplaba algún momento de preguntas, debate o discusión. Ahí estábamos todos, alimentándonos de lo que se mostraban como éxitos incuestionables, como fachadas perfectas de complemento a una vida de comodidades, lujos y tradicionalismos sociales. No había mecanismos, ni momentos, ni tiempos para elucidar algún cuestionamiento que permitiera profundizar las ramplonas suposiciones que llevaron a actuar a muchos de este supuesto innovadores sociales. El evento se formaba entonces en torno a las mismas limitantes de nuestra conformista y masificada sociedad.

Y así al final, de manera muy propia, todos aplaudíamos el esfuerzo de superficiales versiones de nuestro entorno al momento que dábamos pie al ritual de anestesia semanal que unas “cervecitas” inauguran en pro de las mismas convenciones sociales que nos tienen hundidos en las problemáticas que tratamos de atender.

Es importante entender que la innovación social no proviene de la generación de un modelo de “rentabilidad social” que tome partido de la misma desigualdad que simulamos detestar. Los verdaderos cambios y transformaciones sociales provienen de un cuestionamiento real y auténtico de la raíz misma que justifica el estado actual de las cosas. Es necesario revivir la interpretación histórica de nuestro presente y, comprender, en magnitud, contexto y marco actual; las verdaderas contradicciones que dan pauta a todos estos pequeños problemas que acontecen en nuestra minúscula realidad.


Un evento de innovación no debe ser una exaltación del status quo; sino un espacio contemplado para destruirlo.

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