El hecho de que la vida no tenga ningún sentido es una razón para vivir, la única en realidad
E. M. Cioran
Hay algo de perverso en nuestra necesidad de atormentarnos año con año con reflexiones superficiales sobre oportunidades perdidas, propósitos no cumplidos y resoluciones tan comunes y corrientes que lejos de inspirar un cambio hacia esa mágica pero desconocida dirección de la eterna “felicidad” nos disparan en un inmenso mar de frustraciones y angustias incomprendidas.
Lamentablemente el proceso de finalizar el año es tan ordinario que, como muchas otras de nuestras tareas cotidianas, lo ejecutamos sin el menor grado de conciencia. Como si se activase un pequeño chip, en estos días nos da por hacer un recuento general del año, sus éxitos, fracasos y todas las circunstancias que sin más ni menos nos dejaron dónde estamos.
Pero así como el mundo no término el 21 de Diciembre y el fin de un ciclo cósmico parece igual de inconsecuente que el sabor del café de esta mañana; así el arbitrario cambio de año no pinta más que para ser una excelente excusa para festejar y hartarse de comida y bebida una vez más. El hacer una lista de propósitos por el solo hecho de seguir una ambigua tradición es tan benéfico como no hacer nada en absoluto.
La vida, especialmente en sus primeros años, resulta ser un camino ya señalado y delimitado en la mayoría de sus aspectos. Conforme vamos avanzando es fácil perdernos en la inmensidad de una maliciosa inercia que permea cada actividad e instante de ésta. En ese entonces, cuando ya estamos desorientados y sin dirección, que mediante unas pocas horas de “reflexión” resolvemos que hacer ejercicio y dejar de fumar son los pilares claves que nos faltan para alcanzar la plenitud humana.
¿De qué nos sirve una lista de propósitos aislados al tratar de ponerle metas y objetivos a la vida? De muy poco, de forma similar que una lista con indicaciones de como limpiar la proa de un barco le sería irrelevante a un capitán tratando de llevar a su navío fuera de una terrible tormenta en altamar.
Antes de enumerar 5, 10 o 15 propósitos aislados bien valdría la pena el detenernos un segundo y definir dónde estamos y hacia dónde queremos ir. Para bien o para mal eso no es un ejercicio de una cuantas horas antes del brindis; sino una labor verdadera de introspección en la que podamos ser realmente sinceros con nosotros mismos y evaluar si lo que ésta sistemática y prefabricada vida de burgueses es lo que siempre deseamos o no.
Planear es algo mayormente tedioso y algunas veces complicado. Otras tantas es totalmente innecesario; pero el determinar esa cuestión requiere de una etapa de meta-planeación también. Si pasan los años con decenas de propósitos incumplidos es porque son metas que no nos interesa cumplir, cuestiones que puede que ni siquiera tengan que ver con nuestro plan de vida (si es que se tiene uno).
No fumar, no tomar, bajar de peso, hacer ejercicio, leer unos cuantos libros… todas ellas son metas de alguien más. Lugares comunes que no dicen nada sobre la forma en la que vivimos. No valdría más preguntarnos ¿Por qué fúmanos? ¿Por qué tomamos? ¿Para qué quiero hacer ejercicio? ¿Qué libros quiero leer? ¿En dónde quiero estar y con quién? ¿Quiénes somos?
Da un poco de miedo el darnos cuenta que no sabemos ni siquiera que es lo que nos mueve. Descubrir que el tener un carro o una pantalla gigante en la casa es, tal vez, la menor de nuestras preocupaciones. Es más, igual y es posible darse cuenta que todo en la vida es más o menos insignificante, de forma que no hay razón para pertúrbanos por pequeñeces como las 12 uvas. Pero mientras sigamos nublando la mente con cánticos repetitivos de buenos deseos y listas mayormente inconsecuentes; será complicado darnos cuenta de ello.