Monday, January 9, 2012

Democracia sin demócratas


Representative institutions are of little value, and may be a mere instrument of tyranny or intrigue, when the generality of electors are not sufficiently interested in their own government to give their vote, or, if they vote at all, do not bestow their suffrages on public grounds, but sell them for money, or vote at the beck of someone who has control over them, or whom for private reasons they desire to propitiate. Popular election thus practiced, instead of a security against misgovernment, is but an additional wheel in its machinery
John Stuart Mill

Este año la televisión, los periódicos y todo el universo de medios 2.0 centrarán su atención en la carrera presidencial que nos brindará un nuevo dirigente de la nación. Es uno de esos años en dónde nuestros políticos simulan interés por la ciudadanía para ganar la simpatía y preferencia de los votantes. Es, como cada sexenio, cuando se lleva a cabo un ejercicio casi mecánico de  supuesta validación democrática.

En un mar de propuestas sin fondo, promesas vacías y spots televisivos que asemejan la trillada ficción de nuestras telenovelas; el excluyente aparato político mexicano se vuelve ante la población para buscar una aprobación protocolaria que le permita seguir operando para él y por él mismo.

Nuestras endebles instituciones tratarán de ratificar el valor de nuestra “participación” y la importancia de nuestro voto en el futuro de México al tiempo que olvidan como durante años han ignorado la verdadera activación ciudadana, la rendición de cuentas y el verdadero pulso del país.

Lamentablemente este ejercicio es tan banal e inconsecuente como la misma definición de la palabra democracia en México. Puede sonar triste, pero la ejecución o anulación del voto en la siguiente contienda presidencial no cambiará el rumbo del país de forma apreciable. La cúpula partidista continuará presentándose como un laberinto burocrático en dónde la lealtad a un partido seguirá siendo en teoría y práctica una cuestión de fanatismos, recompensas e intereses personales alimentados por el desinterés social.

Sin embargo nada de lo anterior debería parecernos sorpresivo o inesperado. Es comprensible que lo ignoremos o simplemente no le demos su debida importancia; pero es muy claro que una democracia sana no puede surgir en un panorama en dónde su simulación es mejor recompensada que su ejecución. Es, por así decirlo, imposible tener una democracia en un país sin demócratas.

Es posible, si, que la maquinaría política se haya vuelto tan grande y pesada que sea casi imposible actuar fuera de sus rígidos designios. Es fácil entonces el renunciar a cualquier posibilidad de cambio y dejar que, como nuestras vidas, el futuro del país sea determinado en principal medida por la inercia de nuestra inactividad y las decisiones de aquellos que blanden la espada del poder.

Es también posible declarar que ya es demasiado tarde para que la población despierte del profundo letargo inducido en las últimas décadas para “rescatar” el rumbo del país en cuestión de meses. El negar lo anterior parecería en su caso una esperanza infantil e ingenua surgida de esas mismas máximas pre-fabricadas de idealismo y superación que nos enseñan que el éxito recae en sentirnos exitosos.

Pero la intención no es despertar falsas esperanzas o revivir otras igual de irrelevantes. El primer paso es aceptar, simple y llanamente, que la democracia nacional sigue siendo un mito. Es alzar la voz cuando alguien asegure que la “alternancia” partidista es sinónimo de una república saludable. Es desafiar a todo aquel que crea que la respuesta política se encuentra en los partidos. Es hacer todo esto no para vaciar aun más la canasta de la esperanza; sino para comenzar a llenarla con un realismo aterrizado; uno que produzca acciones reales y no meros simbolismos de ridículo heroísmo, martirio o añoranza.

La democracia no puede existir sin ciudadanos demócratas. ¿Qué se necesita para que estos aparezcan? Una educación que de momento ninguna de nuestras escuelas parece ser capaz de proporcionar. Aquella  cuya impartición no sea una regurgitación de datos; sino una verdadera transmisión de la habilidad para discernir a partir de esa información. Porque solo mediante la cultivación de una empatía basada en el conocimiento y una conciencia crítica basada en el sano escepticismo es posible que podamos reflejar nuestra voluntad individual en acciones y, a su vez, interpretar la voluntad de quiénes nos rodean y comprender que ambas, en colectividad, deben formar el objetivo de nuestra sociedad.

Esto es un proceso lento que debe ser asumido con responsabilidad a nivel individual y para quiénes nos rodean. Un proceso que en paralelo debe buscar acciones para poder generarse y replicarse no solo en nuestros círculos sociales; sino a nivel institucional. Un proceso que tenga claro que mientras no se permeen estos objetivos en el sistema educativo seguiremos luchando contracorriente en este mismo y desolador panorama.

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