No es un escape; es más bien un ejercicio de la imaginación….
La música habla su propio lenguaje, uno que va
más allá de la formulaica sintaxis de nuestras estructuras mentales. Las notas
se ordenan de manera natural y orgánica en un flujo similar al de la realidad.
Los ritmos son patrones que dibujan orden y erráticos colores a la vez. El
componer una pieza musical es como re-descubrir un fragmento ya existente del vasto
universo. El arreglar, jugar y contemplar ese fragmento es, entonces, hablar
con esa colectividad del todo. Es abrirse al sentir de la objetividad de los
hechos con el poder de la subjetividad de nuestras propias interpretaciones.
Así como no se puede hablar de diálogos sin
palabras no se puede hablar de música sin imágenes. Los altos y
bajos cambian las tonalidades de sus claves y al conjuntarse y construirse en
melodías estallan con figuras de un dinamismo explosivo y una cadencia envidiable.
Sin importar los golpes por minuto o las octavas que separan los sonidos, la
velocidad con la que se mide el impacto de una pieza sigue siendo en
pensamientos por segundo.
Desde la silueta de un relieve opaco hasta una
llamarada esférica en rojos y naranjas; al escuchar las capas de una composición
la harmonía y melodía que penetran por los oídos se
proyectan como explosiones de colores sobre las tuberías de la imaginación.
Podrá parecer ridículo el exaltar la ancestral
belleza de la música cuando se ha hecho tantas veces ya; especialmente cuando la
exhalación de cualquier prosa sigue pareciendo una torpe banalidad en
comparación con el poder expresivo de los sonidos y la ensalada de frecuencias
que los producen. La lírica del ritmo pareciera torpe y exagerada al enfrentarse con lo poético de la contemplación
musical. Sin embargo es porque la música se rehúsa a ser descrita más que por
ella misma que los esfuerzos de condensar su belleza tienen que continuar.
Los versos intentan asemejársele con sus
métricas rítmicas y controladas construcciones; sin embargo es solo mediante la
exageración de la experiencia que intentan proyectar un sentido que, de
existir, se niega a mostrarse por medio del lenguaje. Y aunque la música sigue
reglas, las suyas son tan naturales como aquellas que explican el comportamiento
de éste mundo.
Es como si la música, inmanente al universo, fuera el último puente que nos queda con este.
Es la única vía en la que podemos recordar que cuando la nada dejo serlo para convertirse
en el infinito todo; nosotros estábamos ahí. El escucharla es recordar que
estamos hechos del mismo material inerte del que surgieron las galaxias, sus
estrellas y sus ritmos.