Cuando se habla de conceptos también hay grados
de “popularidad”. Existen títulos, frases, versos y palabras que levantan mucha
más curiosidad, interés o polémica que otros. La “libertad” no es precisamente
poco discutida; sin embargo en la lista de grandes ideales parece que
únicamente se le ondea con cierta superficialidad.
Se está tan acostumbrado a escuchar su
“definición” que la aparente simpleza del concepto le ayuda a ganar en
automático su estatus de virtud. En mi caso debo decir que la libertad es un
ideal deseable y probablemente no encuentre en mi telaraña de mapas mentales
algo más valioso a nivel personal que el ser libre. Sin embargo, ¿A qué refiere
esta libertad de la que tan seguido se habla? Todo mundo parece quererla y
quiénes tienen el micrófono no dudan ni un segundo en ofrecerla, prometerla y
asegurarla.
Los gobiernos de puño de hierro aún existen y a
pesar de que hoy más que nunca se nos bombardea con imágenes de luchas,
protestas y dictadores muertos; las conceptualizaciones de libertad parecen ser
tan variables, vacías y torcidas como muchas de las manifestaciones que la
reclaman a gritos.
La batalla retórica de los sistemas económicos
enfoca siempre sus ataques en que tanta libertad da o quita el enemigo. Los
partidarios del capitalismo puro la reflejan en el abstracto ente de los
mercados desregulados. Los socialistas unifican sus voluntades en un espejismo
de libertad colectiva. Los anarquistas interpretan la libertad individual de
tantas maneras que sería desgastante describirlas aquí. Al final, todos dicen
estar a favor de la libertad; y por supuesto, dispuestos a luchar por ella.
Pero el concepto de libertad no es un ideal
vago, lejano ni infinitamente virtuoso. Ha sido bandera tanto de movimientos de
justicia como de opresión. Hoy en día su carga histórica es tan pesada que se
prefiere solo observarla sentado y desde un lugar lo suficientemente distante
para que a nadie se le ocurra ponernos a cargarla.
La libertad es un concepto simple; pero no
superficial. Su interpretación es variada y su mal interpretación peligrosa.
Plagada de hipérboles estúpidas, deformaciones deshonestas y ridículas
ilusiones; se destruye con acciones desencadenadas de esas mismas palabras que
pretenden defenderla.
La libertad es uno de los conceptos más
estrechamente ligados al ideal de felicidad. Y esto no viene de aquella
simplona interpretación en dónde se es libre al hacer cual estupidez nos venga
en gana siempre y cuando no se pierda “consideración” a los demás. Aunque
seguir ese gastado concepto definitivamente nos pondría un paso adelante; sin
embargo la libertad es mucho más que el grado de permisividad de nuestros actos
a la sociedad.
Ese “ser libre” que te permite darle
significado a la vida diaria o, en su defecto entender su falta de este, es la
exploración del concepto que prefiero buscar. El hecho de que no podamos volar
cuál pájaro no significa que somos menos libres, simplemente es una limitante
intrínseca de nuestra naturaleza que pudiera causar cierta frustración. El
hecho de no poder expresar esa frustración por una coerción externa es
definitivamente un atentado a nuestra libertad; pero uno obvio y tangible que
se muestra claramente en la acción de un agente externo. Esto no lo hace más
digerible ni menos problemático; pero el mecanismo en juego es fácilmente
asimilable. Cuando la incapacidad de expresar esa frustración va más allá del
acto directo es cuando las cosas se tornan un poco más complicadas. ¿A quién
podemos culpar de una inconsciente necesidad interna de mantener esa
frustración en secreto? ¿Qué mecanismos explican el conformismo casi militante
de nuestra sociedad?
Para responder a esas preguntas es entonces
necesario considerar la libertad como una virtud integradora, no solo a un
nivel instrumental; sino a un nivel psicológico y de desarrollo cognitivo. El
ser libre entonces va más allá del “hacer” y se convierte también en el “sentir”.
El concepto se vuelve algo más que un apartado legislativo o social y se
transforma en una cualidad de desarrollo interno. En un requisito para la
educación y formación humana. Estas estructuras serán entonces las que aseguren
el dinamismo de una sociedad que no deja de cuestionarse a sí misma y, por
ende, de evolucionar ante una realidad que, a diferencia de la actual, no sea
accidental.
Sin embargo los mecanismos que gobiernan
nuestra vida actualmente refuerzan la idea de que ya somos libres por el solo
hecho de constituir la mítica idea de un país “democrático”. Y nuevamente abuso
de las comillas para mostrar mi menosprecio por el concepto de democracia que
hoy por hoy se antoja vacío y falso; tanto en México como en gran parte de la
civilización occidental.
Entonces, al estar tan acostumbrados a la idea
de ya ser libres por el simple hecho de poder escoger entre cientos de marcas
de productos de consumo (que al final se rastrean a tan solo unas pocas decenas
de mega-corporaciones) es fácil el olvidar no solo la importancia del concepto
de libertad, sino su significado. Y cuando el preso se cree libre entonces
menguan sus deseos de escapar; pues esto implica un peligroso esfuerzo cuya
recompensa ni siquiera puede ser visualizada bajo el gris esquema de su celda.
Como la mayoría de estos problemas, su solución
no es fácil ni mucho menos inmediata. Para poder comenzar a resolver estas
contrariedades no pierdo la esperanza en poder hacerlo a través de la
educación. Esto nuevamente suena terriblemente general y propio de la demagogia
nacional; sin embargo, desde las bases de teóricos como Tagore y Pestalozzi;
hasta las propuestas más concretas grandes pedagogos como Dewey y Froebel; ya
muchos han estructurado bases teóricas y prácticas para intentar crear un
sistema educativo integral, en dónde el concepto de libertad sea tan solo otro
más de los ideales que se entiendan mediante el modelo Socrático y no a través de
un bombardeo y atiborramiento de conceptos que refuerzan estática pasividad.