Monday, December 26, 2011

Pequeños apuntes sobre libertad


Cuando se habla de conceptos también hay grados de “popularidad”. Existen títulos, frases, versos y palabras que levantan mucha más curiosidad, interés o polémica que otros. La “libertad” no es precisamente poco discutida; sin embargo en la lista de grandes ideales parece que únicamente se le ondea con cierta superficialidad.

Se está tan acostumbrado a escuchar su “definición” que la aparente simpleza del concepto le ayuda a ganar en automático su estatus de virtud. En mi caso debo decir que la libertad es un ideal deseable y probablemente no encuentre en mi telaraña de mapas mentales algo más valioso a nivel personal que el ser libre. Sin embargo, ¿A qué refiere esta libertad de la que tan seguido se habla? Todo mundo parece quererla y quiénes tienen el micrófono no dudan ni un segundo en ofrecerla, prometerla y asegurarla.

Los gobiernos de puño de hierro aún existen y a pesar de que hoy más que nunca se nos bombardea con imágenes de luchas, protestas y dictadores muertos; las conceptualizaciones de libertad parecen ser tan variables, vacías y torcidas como muchas de las manifestaciones que la reclaman a gritos.

La batalla retórica de los sistemas económicos enfoca siempre sus ataques en que tanta libertad da o quita el enemigo. Los partidarios del capitalismo puro la reflejan en el abstracto ente de los mercados desregulados. Los socialistas unifican sus voluntades en un espejismo de libertad colectiva. Los anarquistas interpretan la libertad individual de tantas maneras que sería desgastante describirlas aquí. Al final, todos dicen estar a favor de la libertad; y por supuesto, dispuestos a luchar por ella.

Pero el concepto de libertad no es un ideal vago, lejano ni infinitamente virtuoso. Ha sido bandera tanto de movimientos de justicia como de opresión. Hoy en día su carga histórica es tan pesada que se prefiere solo observarla sentado y desde un lugar lo suficientemente distante para que a nadie se le ocurra ponernos a cargarla.

La libertad es un concepto simple; pero no superficial. Su interpretación es variada y su mal interpretación peligrosa. Plagada de hipérboles estúpidas, deformaciones deshonestas y ridículas ilusiones; se destruye con acciones desencadenadas de esas mismas palabras que pretenden defenderla.

La libertad es uno de los conceptos más estrechamente ligados al ideal de felicidad. Y esto no viene de aquella simplona interpretación en dónde se es libre al hacer cual estupidez nos venga en gana siempre y cuando no se pierda “consideración” a los demás. Aunque seguir ese gastado concepto definitivamente nos pondría un paso adelante; sin embargo la libertad es mucho más que el grado de permisividad de nuestros actos a la sociedad.

Ese “ser libre” que te permite darle significado a la vida diaria o, en su defecto entender su falta de este, es la exploración del concepto que prefiero buscar. El hecho de que no podamos volar cuál pájaro no significa que somos menos libres, simplemente es una limitante intrínseca de nuestra naturaleza que pudiera causar cierta frustración. El hecho de no poder expresar esa frustración por una coerción externa es definitivamente un atentado a nuestra libertad; pero uno obvio y tangible que se muestra claramente en la acción de un agente externo. Esto no lo hace más digerible ni menos problemático; pero el mecanismo en juego es fácilmente asimilable. Cuando la incapacidad de expresar esa frustración va más allá del acto directo es cuando las cosas se tornan un poco más complicadas. ¿A quién podemos culpar de una inconsciente necesidad interna de mantener esa frustración en secreto? ¿Qué mecanismos explican el conformismo casi militante de nuestra sociedad?

Para responder a esas preguntas es entonces necesario considerar la libertad como una virtud integradora, no solo a un nivel instrumental; sino a un nivel psicológico y de desarrollo cognitivo. El ser libre entonces va más allá del “hacer” y se convierte también en el “sentir”. El concepto se vuelve algo más que un apartado legislativo o social y se transforma en una cualidad de desarrollo interno. En un requisito para la educación y formación humana. Estas estructuras serán entonces las que aseguren el dinamismo de una sociedad que no deja de cuestionarse a sí misma y, por ende, de evolucionar ante una realidad que, a diferencia de la actual, no sea accidental.

Sin embargo los mecanismos que gobiernan nuestra vida actualmente refuerzan la idea de que ya somos libres por el solo hecho de constituir la mítica idea de un país “democrático”. Y nuevamente abuso de las comillas para mostrar mi menosprecio por el concepto de democracia que hoy por hoy se antoja vacío y falso; tanto en México como en gran parte de la civilización occidental.

Entonces, al estar tan acostumbrados a la idea de ya ser libres por el simple hecho de poder escoger entre cientos de marcas de productos de consumo (que al final se rastrean a tan solo unas pocas decenas de mega-corporaciones) es fácil el olvidar no solo la importancia del concepto de libertad, sino su significado. Y cuando el preso se cree libre entonces menguan sus deseos de escapar; pues esto implica un peligroso esfuerzo cuya recompensa ni siquiera puede ser visualizada bajo el gris esquema de su celda.

Como la mayoría de estos problemas, su solución no es fácil ni mucho menos inmediata. Para poder comenzar a resolver estas contrariedades no pierdo la esperanza en poder hacerlo a través de la educación. Esto nuevamente suena terriblemente general y propio de la demagogia nacional; sin embargo, desde las bases de teóricos como Tagore y Pestalozzi; hasta las propuestas más concretas grandes pedagogos como Dewey y Froebel; ya muchos han estructurado bases teóricas y prácticas para intentar crear un sistema educativo integral, en dónde el concepto de libertad sea tan solo otro más de los ideales que se entiendan mediante el modelo Socrático y no a través de un bombardeo y atiborramiento de conceptos que refuerzan estática pasividad.

Thursday, December 15, 2011

Falsas esperanzas


Y todas las noches me sigo preguntando… ¿Por qué siempre escribir en estas condiciones? ¿Por qué esperar a no tener nada que decir para intentar plasmarlo todo en ambigüedades?

Las imágenes que retumban desplegando color en mi mente no son más que tenues y opacos cuadros reflejados en palabrería vacía en mis textos. El sentimiento de veloz movilidad se transforma en una estática deprimente. Las tonalidades cambiantes y danzantes se vuelven pinceladas de tonos primarios. La música que acompaña los torbellinos de viento y cristal no son más que aburridas brisas de banal fonética.

Pero algo de aquella intensidad emulada en mis sueños queda en el corazón de estos textos vacíos e intrascendentes. Una leve chispa permanece vibrando en el núcleo de esta conglomeración de vacíos. Una idea clara, concisa y presente es la que da forma a estas decenas de palabras sin aparente significación.

Es terriblemente simple, como el estado general de la humanidad. No somos cajas negras. El sentir y actuar propio es tan evidente y predecible como la caída libre de una roca. Pero nos enamoramos de la ilusión de complejidad. Confundimos la volatilidad de nuestro sentir con la supuesta impermeabilidad de su interpretación. Y así, al actuar de forma irracional y estúpida nos consolamos en la fragilidad de la voluntad humana y la falsa dificultad de esa actividad tan ramplona que llamamos “vivir”.

¿Cómo entonces pretendemos cambiar el mundo si voluntariamente negamos nuestra propia comprensión? ¿Qué podemos esperar de la vida si cuando se nos muestra clara y brillante la ignoramos? ¿Cómo definimos conceptos si nos rehusamos a entender los sentimientos que los producen?

No hay duda de que todo está mal. Ahora bien, tampoco debería haber duda del porqué. Todo esto se confunde con romanticismo, con ideales imposibles, con sueños, cuentos y hadas. Con ángeles y demonios. Con negros y blancos. Con historia, con memoria, con ilusiones y esperanzas. Pero esto no es más que simple y llana realidad. Proverbios de existencia, aforismos de permanencia… circuitos de tiempo.


Lo que pasa es que hemos olvidado lo que es vivir despiertos. La anestesia de la modernidad nos tiene hundidos en un estupor profundo y siniestro. Estamos tan adormecidos que la realidad, la humanidad y nuestros mismos sentimientos nos parecen exagerados, fantásticos, irreales e infantiles. Y así, preferimos hablar de “nada” y dejar pasar el tiempo para justificar nuestra miseria existencial.

Tuesday, December 6, 2011

De ideas y sentimientos


Más seguido de lo que me gustaría admitir comienzo a escribir sin realmente saber qué quiero expresar. La constante sería, en todo caso, esa despreocupación sobre una idea específica. Irónicamente (si ese es el adjetivo correcto) siempre termino hablando de los mismos temas, o más bien; de las mismas imágenes. Porque aunque uno puede escribir millones de hermosos párrafos sobre los colores de la luna, es pretencioso el argüir que dichas palabras corresponden a algo más profundo que un puntual y fugaz sentimiento.

Una idea requiere un esfuerzo mayor. En primera es necesario saber de lo que se quiere hablar y; por supuesto, tampoco está demás conocer un poco del tema. Así mismo la construcción del texto requiere una estructura un poco más rígida, en la que es más difícil ocultar banalidades, estupideces u obviedades con brillantes y distractores trazos lingüísticos.

Cuando simplemente se habla de imágenes y los sentimientos que las producen, el reto principal es sublimar la cotidianidad de la vida diaria en una opaca pero tenue niebla de fantasía. Quien lee tu ventana de realidad debe pensar que ese maravilloso y trepidante paisaje de emociones es algo inalcanzable en su mundana existencia. Claro que hay que tener cuidado, pues si no se le deja un pequeño espacio dónde reflejar sus sentimientos y vivencias, el paisaje seguirá siendo hermoso; pero extraño, insólito y distante. Y que terriblemente aburrido es lo distante.

El construir ideas o simplemente describir emociones son dos maneras de escribir distintas que se pueden llegar a complementar si se utilizan ambos estilos con la moderación adecuada. La verdad de todo esto es que aunque requieren diferentes enfoques y niveles de compromiso; ninguna es más que la otra. Son, como tantas cosas, simplemente diferentes.

Ahora, sin temor a perder la poca objetividad que me he permitido, es posible considerar una más deshonesta que la otra. O al menos considerar que la labor poética de plasmar estados de ánimo indescriptibles en el limitado esquema del lenguaje da más facilidad para exagerar irrelevancias.

Esto no significa ni pretende dar a entender que las “ideas” por sí solas tengan algún estado inherente de importancia superior a la tan elusiva tarea de asimilar sentimientos. Mucho menos el pensar que la comprensión de emociones propias es algo más “simple”. Una línea argumentativa en esta dirección carecería de sentido al ver como la gran mayoría de nuestros contemporáneos creen entender conceptos prostituidos como “amor”, “libertad”, “justicia” y “tolerancia” con definiciones incompletas, sosas y virtualmente vacías; sin embargo no son capaces de conjuntar una oración decente al intentar definir sus sentires más familiares. El alma del poeta mediocre es en parte causal de esta confusión.

Con la correcta iluminación, un lodoso charco puede reflejar el cielo de forma incluso más clara que el mismo mar. Y si se busca solamente un vistazo rápido a las nubes; puede que ambos cumplan con creces su tarea. Sin embargo muchos prefieren sumergirse en ese cristalino espejo de agua; y terrible es su sorpresa cuando del primero salen sucios y cegados por la mugre; mientras que en el mar pueden profundizar hasta que la luz no pueda penetrar sus cristalinas aguas.

Escribir cosas hermosas es diferente a expresar cosas hermosas. La diferencia es aún más notoria cuando la estética es definida por la autenticidad. Lo hermoso no son los campos de flores multicolores, ni el árbol solitario en la colina. Lo hermoso tampoco es el espejo con marco de plata, o el remolino que burbujea con violencia. La verdadera belleza no se encuentra en traslúcido reflejo de una esmeralda o en la maniaca sonrisa de la luna. La verdad es dónde radica lo realmente bello.

Cuando la palabrería se transforman en imágenes y estas a su vez delinean verdadera y tangible humanidad; es entonces cuando la prosa (o el exagerado verso) se vuelven realmente poesía y belleza. Pero esa misma incapacidad de entendernos a nosotros mismo nos hace presa fácil del párrafo abrillantado con maquillaje y alumbrado con baratos reflectores.

Todo esto, solo para decir que esa obtusa visión es más fácil de abusar cuando se hablar de sentir y no de pensar. Ahora bien, lo anterior puede quedar en la inocente y casi lúdica consecuencia de encaramelar estupideces, engañar soñadores y cautivar “almas libres”. Sin embargo, aunque un poco más laborioso, la misma cruel actividad del embuste puede ser utilizada en el campo de las ideas. Y es ahí donde el peligro radica.

La ilusión es un engaño voluntario que, aunque tóxico en altas cantidades, es deliciosamente embriagante con moderación. Sin embargo cuando se cae presa de una ideología torcida, hay pocas cosas de nuestro ser que quedan a salvo. Es por ello que hablar de ideas exige responsabilidad más allá del supuesto sentido común. Pero dejar esto a las buenas voluntades es tan ingenuo como pensar que el mundo es plano.

Profundizar en esta cuestión, siento yo, es algo que está por demás en este texto. De hacerlo me vería tentado (y eventualmente abrumado) a utilizar los miles de ejemplos del abuso del discurso que plagan nuestro país. Pero ya en otra ocasión hablaré de nuestra arcaica maquinaría política.