El día de hoy se realizó una manifestación más en repudio a la violencia y la incapacidad de nuestros gobernantes para resolverla. Los hechos sangrientos se vuelven cada más despiadados y el tiempo que pasa entre tragedias es cada vez menor de manera que esta práctica se ha vuelto común entre algunos sectores de la sociedad regiomontana. La ciudadanía poco a poco comienza a despertar de su profundo letargo, y si bien les ha tomado ya demasiado tiempo parece haber un avance.
Las marchas, por un lado, siguen siendo objeto de críticas por su falta de acción y resultados. En otro frente, las manifestaciones de expresión en redes sociales sobre los mismos temas son también menospreciadas por la falta de impacto que se percibe de ellas.
En su momento he defendido ambos mecanismos de protesta en base a que, en el sentido más básico y mínimo de estas manifestaciones, su primer objetivo es la expresión de un sentir o un mensaje. Y en ese tenor me parece que son efectivas, algunas en mayor medida que otras.
Independientemente del discurso al que nos queramos apegar, todos tenemos de entrada un derecho a expresar descontento, indignación, tristeza, ofuscación o cualquier otro sentimiento en relación a algún acontecimiento. Normalmente cuando los eventos que producen tal sentir se encuentran relacionados con temas políticos, económicos o sociales se vuelven presa de críticas y menosprecios.
Una de las razones es que normalmente son cuestiones controversiales o debatibles. Si se crítica a la derecha o la izquierda sus partidarios atacarán la protesta con su propio discurso. Otra razón importante es la percepción que el grueso de la población tiene sobre estos temas. Discutir política o problemáticas sociales es algo a lo que el día a día nos ha enseñado a despreciar. Quién lo hace se le juzga de “revoltoso”, “ingenuo”, “pretencioso”, ente otras; de manera que de entrada ya se tiene una percepción negativa de la acción.
Otra razón es que a diferencia de otros tópicos, se asume malamente que cualquier queja o expresión en estos temas tiene que venir acompañada de propuestas y resultados (lo cuál sería ideal; pero no necesario). Desde muchos frentes se nos dice que la única crítica que vale es la que propone y con ello, cuando se hablan de temas que no parecen tener soluciones simples en blanco y negro se le desacredita a sus interlocutores.
Sin embargo, así como algunos hablan de los últimos avances de la tecnología criticando plataformas y sistemas operativos sin llegar a algún consenso; o así cómo muchos otros critican películas y música sin jamás impactar la industria; o así cómo la gran mayoría discute todos los pormenores de sus selecciones de fútbol favoritas en radio, televisión y centros de reunión sin tener autoridad, propuestas o impacto en el devenir del deporte nacional; así muchos de nosotros nos gusta criticar, discutir y expresar temas que atienden al estado de nuestra sociedad sin forzosamente pretender cambiar al mundo con cada “tweet” de indignación.
Un cercano amigo, escéptico del beneficio de unos cuantos “likes”, “RT” o la esporádica nota en Facebook, comentaba con razón que el problema es que muchas veces esa “expresión” se confunde con acción. Es decir, el realizar un acto simbólico se pretende hacer pasar por una contribución tangible al estado actual de las cosas; y la verdad es que la mayoría de las veces ese no es el caso. El hacer una manifestación de expresión nunca debe ser confundido con el generar acciones o resultados reales ante alguna problemática social. Al menos no en el caso de México dónde la expresión se encuentra teóricamente garantizada ya. Sin embargo esto no significa que dichos actos, tanto en redes sociales como en las calles, sean inútiles o criticables por su misma naturaleza.
Hay una cuestión que muchos no ven en relación al llamado “activismo de sofá”. El realizar una acción simbólica, por más mínima que resulte, indica un nivel de interés en quién la realiza. Y si recordamos que una de las situaciones que tienen en a Monterrey y al país entero en manos de partidos corruptos e incompetentes es la apatía de la sociedad civil; entonces ese pequeño granito de atención ya es de entrada positivo.
El mexicano promedio exige y crítica esperando, como por arte de magia, que se genere un cambio. Se reclama algo y se quiere ver de inmediato una acción. Esto es un problema, no solo a nivel social o político, sino a nivel laboral o en cualquier ámbito que se presuma tener una organización. Somos una nación que peca del “hacer por hacer”. En el trabajo es mejor que se nos vea “haciendo algo” aunque sea por simulación antes de que se nos encuentre sentados reflexionando sobre algún problema que aqueje nuestra empresa.
Esto se traduce al terreno del activismo, el cual es visto (tanto externa como internamente) como una labor en la que tras identificar un problema se persigue de inmediato un resultado; sin observar que entre esos dos puntos hay un largo camino.
La falla de percepción en el discurso aquel que demanda “acciones y resultados” de los actores sociales es que no ven que para obtener un efecto concreto sobre cualquier tema hay que seguir un procedimiento: una secuencia de eventos y acciones que eventualmente producirán el desenlace deseado.
Y en ese procedimiento el primer paso es tener un interés sobre la problemática. Una vez generado el interés, reflejado muchas veces en algunos “tweets” o “likes”, entonces el individuo comienza poco a poco a empaparse de información sobre el problema que le interesa. Esto lleva tiempo y el exigir que alguien que apenas se encuentra entrando al debate social atienda de inmediato a una marcha o genere algún resultado es ridículo.
Si el interés sigue presente después del proceso de documentación, el individuo se encontrará bien informado al respecto del tema que le llama la atención, llevándolo al siguiente paso: la reflexión. Esta etapa es terriblemente importante y es fácil detectar a todos ellos que decidieron saltarla. ¿De qué sirve luchar por una causa sino la entiendes realmente? ¿De qué sirve tener la información si no puedes argumentar claramente porque estas a favor o en contra? ¿Cómo vas a plantear una solución si aún no se ha analizado bien el problema? Por estas preguntas y otras más; la reflexión es la parte angular de este proceso.
Una vez que de esa reflexión se obtiene una postura definida y un panorama claro de la problemática, entonces sí, el siguiente paso es ver como se puede generar un impacto positivo en dicho ámbito. Y aquí comienza otro largo proceso, que es el planteamiento de acciones y su eventual traducción en resultados.
Es importante recalcar que por la misma cerrazón del sistema político nacional, el ciudadano “de a pie” tiene pocas posibilidades de impactar a pesar de seguir este proceso. A su vez, el tratar de aportar soluciones “mágicas” y “rápidas” para convencer a los detractores de la manifestación social también sería una irresponsabilidad de la ciudadanía; no siendo diferentes a los políticos que hacen gala de su incompetencia y cinismo.
Por lo anterior, antes de criticar una marcha o una expresión de descontento en las redes sociales; antes de intentar precipitar una coyuntura en “acción” o “impacto”, hay que darse cuenta que primero se tiene que llevar a cabo un largo proceso individual de acercamiento a la problemática. Y no me cansaré de decir que lo primero que podemos hacer para tratar de resolver esta terrible situación en la que se encuentra el país es detenernos un momento y tratar de comprender sus causas, matices y particularidades. Una vez que todos pasemos por este proceso entonces nos será más claro el detectar que acciones concretas podemos realizar para mejorar al país; y lo más importante ¿porqué?