Cuando se habla, se debe hablar muy claro. Cuando se escribe, aún más. La ambigüedad es un enemigo de la verdadera expresión; sin embargo a veces es díficil salir a la calle con un vestido trasparante. La problemática nunca ha sido sencilla, por un lado escribir en párrafos opacos y con oraciones que en su luminosidad distraen es como gritar sinsentidos al viento. Por otro, el venir aquí a verter los pensamientos sin tener un vaso donde hacerlo es tan trágico como quedarse callado.
El silencio, aunque valioso, siempre termina por ser peligroso e inerte. No destruye, pero tampoco permite que nada surga mientras se encuentra presente. Lo terrible es cuando incluso en nuestro interior dejamos de escucharnos, cuando nuestra alma se vuelve un vacío sin interpretación.
Es triste, tal vez, que todo se encuentre dentro del lenguaje; o más bien, que no haya nada fuera de él. Pues incluso todo lo indefinible, inexplicable e inexpresable toma sus imágenes y sentimientos de algo que sí podemos expresar. Lo complicado es hacerlo.
Es una verdad universal el que estamos separados... incompletos por decirlo de alguna manera. Si observamos el Universo desde muy muy lejos, su caos no es más que el perfecto orden de una infinidad de estrellas con mucho espacio vacío de por medio. Pero al acercarnos no vemos más que almas incompletas que día trás día erran en su andar.
Y así, intentamos comunicar ese abismo que irónicamente nos llena por dentro. Se siente a veces un tanto rídiculo expresar esa gama de sentimientos que al final son comunes porque su fuente es la misma y su naturaleza es, claro, inexistente. Por eso es díficil hablar de manera clara a veces, especialmente cuando lo que se siente es el tejido de la vida misma, el sentimiento de una unión no satisfecha o una soledad no justificada.
El decir las cosas como son (desde adentro) es simplemente colocar una fotogafía más. Otra imagen de una iglesia, montaña, río o persona que nadie puede ver con la misma claridad, intensidad y sentimiento con que fue percibida por el sensible ojo humano. No importa que tanto detalle o explicación se pretenda dar, el ver un retrato de la conquista de una montaña nunca será lo mismo que el sentir del viento y las nubes de ese frío atardecer en su cima.
La empatía no es suficiente para recrear lo que algunas líneas sinceras pretenden expresar. Por eso es inútil hablar con la claridad de la vivencia específica. Lo específico de tu ansiedad lo vuelve tan mundano que pierde su toque de humanidad y se convierte en otra canción más de sentimientos reciclados.
Es por eso que no puedo venir aquí y escribir una carta a todas esas personas que con una mirada, una sonrisa, un comentario, una lágrima, un beso, una señal de desdén, una muestra de aprecio, un apretón de manos, un abrazo inesperado, un roce de cuerpos, una caricia en la cara, un baile, un grito, un guiño, un movimiento de muñeca, una leve carcajada, un golpe, un empujón, un tímido saludo, un íncomodo encuentro o una melancólica añoranza hacen que de repente mi vida se sienta completa y a la vez... terriblemente vacía por no poder decirles nada de todo esto que acabo de escribir...