Monday, February 9, 2009

El montacargas amarillo



Imaginen un mundo de pocos colores. Pueden ser sus colores favoritos, pero pocos al fin. Ahora viajemos a una vieja fábrica abandonada. Ósea, que no tiene gente ni nada. Bueno… no nada nada, sino nada de gente. Porque cosas si hay, y varías.

Ésta fábrica es diferente a las demás. No es como el patio de mi casa que se moja y seca como los demás. Es particular, pero no como el patio. Al centro tiene un enorme pasillo, majestuoso más allá de su agotada utilidad. En el pasillo hay máquinas desvencijadas, engranes gastados, contenedores sin contenido y un triste montacargas amarillo. (Si usted no escogió el amarillo como color, sustitúyalo por su segundo color favorito).

Triste porque tiene ojitos de tristeza. Ojitos que quieren llorar pero no pueden. Por eso la fábrica es diferente. Era y lo es; porque el montacargas amarillo sigue siendo. ¿Cuántos años habrán pasado ya? Usted dígame y se lo creo. ¿Por qué no habría yo de creerle?

En fin. El chiste (aunque no muy gracioso) es que el montacargas no sabía ya que hacer. Antes hacía lo que se ocupaba hacer; pero como ya no hay nadie, no se ocupa nada, y nada era lo único que había que hacer.

En la mañana platicaba con los pajaritos (y con los grandotes también). Por la noche “cotorreaba” con las cucarachas. Porque que si no tienen, o que si les falta, como quiera podían caminar. Y aunque cotorros no había, nunca faltaron realmente. Pero el montacargas seguía triste, y amarillo.

Pero ¿Qué pudo haber pasado para terminar la agonía del montacargas amarillo? Pues muchas cosas pudieron pasar, o pueden todavía; pero la verdad es que nada paso. Porque muchas veces nada pasa o como algunos dicen “no pasa nada”.

Y aunque es triste, es al fin. El montacargas nunca hizo nada y la nada no hizo nunca nada por él. Así funciona (a veces); y otras también.

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