Hace una semana, víctima de la peor gripa que he tenido en años, comencé un pequeño viaje en la comodidad de mi recámara. Un viaje el cual me gustaría recordarlo de mejor forma; o más bien, con mejor detalle.
Primero, el recuerdo de ciertos momentos recientes en mi vida se dio lugar. Momentos agradables debo decir. Un pequeño recuento de las conversaciones, miradas y sentimientos tal cual fueron interpretados por mi subconsciente. Ahí, en ese punto en que la realidad comienza a deslizarse por la frontera de lo fantástico, las cosas comenzaron a cambiar.
Pronto comencé a decir cosas que realmente no había dicho. Comencé a escuchar respuestas a preguntas que no había hecho y posiblemente a imaginar cosas que realmente no habían sucedido. Claramente de todo lo anterior estaba consciente, pero aún luchaba por tratar de olvidar ese sentimiento de realidad.
Porque muchas veces es divertido el imaginar y vivir un pasado diferente. El entender y experimentar una conversación con una sorpresa adicional. Y lo divertido radica en el hecho de no darte cuenta dónde acaba lo real y comienza lo novedoso. Lamentablemente nunca pude perderme en éste “sueño” y todo comenzó a tomar un toque más de vitrina de suposiciones.
Aún así, las cosas eran diferentes. Y en esa diferencia comencé a tener una linda conversación sobre el concepto de la belleza que nunca tuve realmente. Hablamos sobre las diferencias de apreciación de una belleza simple y una belleza conceptual. Debo admitir que la conversación estaba muy centrada, y no pretendía en ningún momento profundizar en las ideas más abstractas de la belleza como tal.
Solo hablamos de cómo es fácil apreciar la belleza simple y directa de una hermosa dama, con bellas facciones y proporciones adecuadas; pero como muchas veces es más satisfactorio el comprender una belleza más abstracta en su presentación. El apreciar lo que alguien en su momento me había dicho que era un “concepto” de mujer.
Y yo soy, o por lo menos ahí fui, un gran defensor de éste tipo de apreciación. Ahora bien, no me malentiendan. De lo que hablamos es y finalmente seguirá siendo de la interpretación subjetiva de cualidades físicas y superficiales, la noche no daba tiempo para nada más.
Al finalizar el tema, ya no me encontraba en aquel crucero dónde comenzaron los recuerdos; pero aún estaba situado en la inmensidad del mar. Ahí me encontraba yo, en un pequeño barco blanco con una peculiar chimenea de escape y una extraña carga de barricas que contenían algún tipo de licor.
Mis acompañantes eran pocos, y la noche era profunda. El clima era bastante benigno y una gran cantidad de aves nos deleitaban con su canto. Aquí las cosas comienzan a perder claridad; e independientemente de la calidad de mi memoria, algo de sentido.
Las cosas comenzaron a moverse mucho más lento, las miradas estaban más pérdidas y las conversaciones eran más fugaces. En éste pequeño bote blanco lo único realmente presente eran los sentimientos. Y así de repente, ya no estábamos en el mar. La embarcación recorría de manera cercana una costa selvática y misteriosa; pero por más irrelevante.
Para mí el barco viajó por una eternidad, y un poco más. Gracias a Dios yo no tenía prisa por terminar el viaje. Una vez más no puedo asegurarme de recordar con precisión lo que sentía en ese momento. Lo que sentía yo como persona y lo que experimentaba como proyección de mi subconsciente.
Pero recuerdo que muchas cosas pasaron por mi mente, y entre ellas, una extraña necesidad de tratar de recordar lo que en ese momento experimentaba. Fuese la simple exaltación de alguna de mis ideas, o una enseñanza real sobre mí mismo.
El bote continuó moviéndose, y en cierto punto me cobró algún tipo de peaje. El aroma del alcohol que transportábamos y la ligera fiebre que sentía reafirmaron ese sentimiento de incomodidad. A éstas altura estaba perdiendo mi toque con la fantasía, y amenazaba con volver por lo menos a tres de mis cinco sentidos.
Pero seguí firme, ya que esperaba encontrar algún tipo de verdad en dicho viaje.
En otro instante ya no me encontraba recorriendo una pantanosa y selvática costa abordo una nave blanca. Ahora me encontraba recordando otro evento aún más reciente; pero probablemente menos significativo. Una vez más se dio una conversación inesperada, pero mucho menos memorable. Y al final, ahí estaba yo, en un departamento desconocido. Frente a mí: un montículo de sal y partículas de aluminio.
La sal era tan blanca como lo blanco es y ha sido. Y el aluminio, apenas perceptible, le daba un brillo hermoso. No te puedo asegurar que en efecto ese metal era aluminio, pero las láminas que se encontraban en la base del montón de sal definitivamente daban un aire al material no ferroso.
En ese momento aún estaba convencido de que tenía que recordar esos detalles, y si había alguno importante era ese, el aluminio. Lamentablemente ese detalle no me permite recordar otros más, y aunque ahora es inútil el decidir cuál de todos era más importante, en ese momento la sal y su metálico brillo lo fue.
En otro parpadeo estaba de vuelta en el barco, pero ahora hacia frío, y me encontraba solo. El bote navegó el calmado río una eternidad más y en una eternidad menos ya todo había terminado. El reloj marcaba solamente tres horas de diferencia, y para bien o para mal, lo noche aún le faltaba mucho por terminar.
Y así concluyó mi pequeño viaje, del cual realmente no puedo decir que entendí mucho. Y aunque mi esfuerzo por recordar los detalles del mismo rindió frutos solo hasta cierto punto, creo que la ambigüedad de los sentimientos que viví fue realmente suficiente para haber valido la pena.
En definitivamente esa conversación referente a la belleza fue clave, y yo lo sé. Simplemente aún no entiendo algunas cosas. Pero los sueños no son para entenderse, ni mucho menos para recordarse. Yo creo que son únicamente para sentir.
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