Las palabras no se agotan,
simplemente se acaba la voluntad de redactarlas. La infinidad de
configuraciones que permite una hoja en blanco es suficiente para comprender la
inmensidad del universo. Habrá palabras que se repitan y habrá otras que se
vuelven palabras al hacerlo. Una coma es suficiente para re-descubrir el
significado de una cortina más del cosmos y un texto; para entrever los colores
del todo.
Las estrellas son diosas e
imágenes vacías a la vez. ¿Qué no somos acaso lo mismo? Al menos venimos del
mismo lugar. Puede entonces pasar uno la eternidad de las eras intentando
descubrir el lirismo de una existencia vacía y, a la vuelta del tiempo, darse
cuenta que los agujeros negros son el estanque de las galaxias.
Si la luz dictamina la visión de
lo existente (en la saturada ironía de los reflejos); ¿no será entonces la
oscuridad redentora de los sueños? Resulta agobiante la precisión de las
imágenes metafóricas cuando estas se observan ensimismadas en la realidad que
pretenden desafiar; más, la necesidad de comprender la disonancia de las ideas
y el dinamismo de emociones que hemos olvidado persiste.
Ya no hay tiempo para evocar
sentimientos y sublimar banalidades. No por nada los jóvenes se burlan del
artista con sus agotadas imágenes de lo inadecuado. Son flujo e histéresis de
un fracaso generacional. Son réplicas y replicantes de una broma infinita de
repetición carente de arrepentimiento, angustia y voluntad.
Cansa también el intentar
explicar lo obvio. El desperdiciar líneas y momentos de inspiración para
justificar visiones sesgadas de una actualidad más allá de la redención. Cuesta
trabajo también volver al dinamismo de una expresión libre y literaria de
pretensiones conceptuales y momentos de divinidad individual. Atiendo entonces
a la musicalidad del destino. A los acordes que dibuja el viento y las
transiciones que marcan las nubes. La pauta entonces se vuelve eternidad. El
pentagrama del existir se toca con la lucidez de la conciencia y con la
añoranza de una totalidad que solo le pertenecía al tiempo antes de su existir.
Somos prisioneros de la irrisoria
libertad de los vacíos. Experimentamos la conciencia del instante dividido en copretéritos
de insulsa entropía. Y de repente, las estrellas colapsan, las galaxias
desaparecen y los cometas se encogen. La luz queda atrapada en un mar de
oscuridad y vacíos eternos. La nostalgia de un pasado redentor se esboza de
nuevo y así, en fragmentos, comienzan a repetirse las palabras una y otra vez.