Sunday, January 5, 2014

“Palabras” y otras maneras de pasar un desvelo leve

De lo catastrófico a lo trivial, todo oscila en colores.

Hay palabras que me causan más conflictos que otras; no tanto por los conceptos que refieren; sino por la misma pretensión de lo que quieren englobar. La palabra “libertad” encabezaba esa lista. El definirla es tan fácil o tan difícil dependiendo del grado de generalización, simplicidad o corriente política que desees asumir como aceptable; sin embargo el intentar cerrar ese concepto siempre resulta abrumador, ignorante, inconsecuente o simplemente fútil.

Pero esa palabra ya no me preocupa. Se encuentra tan prostituida que incluso el descubrir su verdadera cualidad como definición me produciría algo de asco. Así, en otra de esas leves inconsistencias, otra palabra que llama mi atención en un sentido similarmente extraño es la de “amor”.

La palabra y el concepto ideal de nube fatua son cosas diferentes, muy diferentes; y aun así no se les puede separar. ¿Es acaso tan limitante nuestro lenguaje? Puede que no; tal vez simplemente estoy ignorando principios lingüísticos, lógicos y matemáticos básicos. Pero hoy no quiero intentar definir corolarios referentes a declaraciones y su interpretación; simplemente quiero jugar un poco con la palabra “amor”, su concepción y alguna paleta de colores imaginarios expresados en palabras incoloras; pero no por ello insípidas.

El amor se le imagina en colores vivos; pues normalmente se le relaciona con una gama de emociones que oscilan entre la pasión y la locura. Poco lugar se le da a los momentos melancólicos del amor y el romance, a esas bocanadas de aire gélido que erizan la piel y cristalizan el actuar. Son momentos bastos, significativos y tan profundos como el océano de ese color azul que suelen evocar (e igual de traicioneros). Un momento de locura puede ser tan oscuro y asfixiante como la profundidad de un abismo submarino. Aunque el fuego que arde en columnas y torbellinos naranjas también suele consumir oxígeno demás. Los sentimientos intoxican en ambos casos y si acaso la única variante es la temporalidad del suplicio.

Hay ocasiones que me gusta pensar en el color blanco como referente del amor. No, obviamente, en referencia a alguna ingenua idealización relacionada con la pureza que proviene de anacrónicos imperativos morales; sino en un color blanco translúcido similar al de una película de azúcar. Tan frágil, efímero y vulnerable que una sola gota de lluvia basta para desaparecerlo. Ese es el amor moderno que disfraza su fugacidad y arrogante superficialidad en estética.

Sin embargo, el hablar de colores tiende a remitirme invariablemente al púrpura y al verde; dos de mis reflejos luminosos favoritos. Podría hablar del amarillo también, pues es complemento natural de esos tonos morados tan adorables; sin embargo su presencia me irrita y altera de vez en cuando. Por otro lado, el púrpura y todo lo que se encuentra entre él y los verdes brillantes me dan una visión más afín de lo que puedo conceptualizar como amor, en referencia a la condición popular del concepto.

El tono morado tiene una calidez poco valorada; pues la combinación de la serenidad y melancolía de un azul profundo se mezclan con la rebeldía de un color que oscila entre juventud y sabiduría. Algo así como un eco de alguna manifestación de divinidad cuestionable. Por su parte el verde es juguetón y solitario a la vez. Caos y calma, dinamismo y quietud; esperanza en su misma contradicción. Es, por decirlo de manera mundana, una pareja ideal de la profundidad inocua del color púrpura. Detesto el color rojo. El relacionarlo con la palabra “amor” se une a otra decena de razones por las que cuestiono la existencia del concepto mismo del romance. Sin embargo, cuando pienso en términos de colores para intentar visualizar el relativismo de una idea tan ambigua y demeritada como esta; un confort inusitado me invade sin ningún tipo de explicación.


El mundo sigue siendo un lugar mayormente detestable y la naturaleza; en su divina neutralidad, no le queda más que ser testigo (y a veces juez) de nuestro declive espiritual. El viento llevaba estos colores de un lado para otro; pero ahora… solo con problemas podemos distinguir los tonos fuera de las luces blancas y oxidadas de nuestros absurdos espejismos.