Detesto el tener que concentrarme para
escribir. Detesto el tener que hacer pequeñas e insignificantes pausas para
pensar exactamente que palabra expresará de forma más adecuada estos
sentimientos que ni siquiera alcanzan para redactar una idea.
Lo detesto porque es solo cuando me pierdo en
un estado extraño de inconciencia que puedo sentir de forma más clara al
Universo entero. Me es preciso concentrarme en la luz, en el tiempo, en el
viento y en la nada para que mi mente pueda sentir esa inspiración que proviene
de una profunda y emotiva realización de verdad.
Si escribo es solamente para confundirme. Para
navegar entre temas y lugares comunes que se han vuelto ya repetitivos en todo
lo que intento expresar. Aun así, soy torpe al hacerlo. No puedo concretar todo
eso que se presenta de forma tan obvia ante mí. Todo me recuerda a esa verdad,
a esa esperanza: Las personas que conozco, las que me rodean, las que quisiera
conocer; la música, la lluvia y todas esas otras imágenes que han logrado escapar
al vacío que devora el presente.
No sé expresarme. Hay días en los que ni
siquiera sé sentir.
Se presenta entonces una impotencia ahogada e
incompleta al no saber ni siquiera que quiero comunicar. He perdido la
motivación para explicarlo. Hay días que ni la música, ni la oscuridad son
suficientes. Por eso detesto concentrarme. Vivo todos los días concentrado,
alerta, despierto en un despertar que aborrezco.
Todo me parece insuficiente, la realidad me
incomoda y la existencia en sí, en este hoy, me tiene terriblemente
desilusionado. Me pesa todo de formas que no puedo explicar. Me pesan todos
también. Porque el “yo” no es lo que está atrapado, sino el “nosotros”.
Y de repente, me recuesto y observo el ojo de
luz que simula mi abanico de techo. Comienzo a hablar en idiomas que no me
pertenecen. Empiezo a dictarle al aire párrafos de coherencia y conciencia. De
un despertar diferente y verdadero. Un estar despierto en el existir y no
existir para estar despierto. Entre más hablo más me desconecto, más me dejo
ir. Más asumo un posible desequilibrio, una explicación química y
semi-científica al sentimiento de representatividad del cosmos en voluntad humana.
Me olvido de la locura, de esa construcción tan
falsa como el significado del lenguaje entero. Solo mediante la música habla el
Universo y sentirla no es ni siquiera exclusivo del hombre. El lenguaje es
orgánico y a la vez artificial. Es tan contradictorio como nosotros. ¿Y lo
demás? ¿Qué pensaran las cosas de nosotros? ¿Por qué las rocas prefieren
dormir? ¿Por qué nosotros queremos asemejarnos a ellas?
Nos hemos confundido. Queríamos emular nuestra
conciencia con nuestras máquinas y ahora somos el reflejo vacío de esa misma
pretensión.
Escribo
entonces en imágenes. Así expreso esa misma locura en papel, mediante alegorías
incompletas. ¿Hacia dónde va el destino? Si nosotros somos la voluntad del
Universo, entonces el cosmos también está maldito; pues en nuestros fragmentos la
divinidad se encuentra muy escondida.
Me da miedo
dejar de sentir.
“Tanto duele abrir el alma en silencio, La espesura de los barrancos asomados a lo interno de uno. No hay contradicción dónde todo se acepta. Escribo y es verdad que escribo pero no es verdad que escribo lo que escribo.”
Fragmento de Prisma, por Jhonnatan Curiel
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