Saturday, May 5, 2012

La voluntad del pueblo


La palabra “democracia” es un concepto bastante escabroso en su definición y, por supuesto, en las implicaciones que conlleva. Su significado ha sido tan prostituido que hoy por hoy se antoja como una palabra vacía y generalmente propagandística. Tristemente su ejercicio, por lo menos en México, ha ido en esa misma dirección.

Cuando el discurso se empieza a vaciar de significado es normal que las acciones que desencadenan de él también comiencen un progresivo proceso de degeneración y desgaste. Solo hace falta salir a la calle unos cuantos minutos y darnos cuenta de que la campaña política más importante del país no es más que una reducción mercadotécnica.

No es sorprendente entonces que cuando el progreso del país se vende como un producto de consumo, otros eventos con mucha más experiencia en el manejo publicitario y la apelación al público capturen medios, recursos y atención de manera mucho más efectiva.

Caso evidente de ello es el debate presidencial del día domingo 6 de Mayo, el cual se verá en la penosa necesidad de competir por rating con la “grandiosa” liguilla del fútbol mexicano; un evento que por tradición rivaliza con los más fuertes fanatismos religiosos. Los libertarios no tardarán en defender el supremo derecho de auto-gestión de nuestras televisoras para programar lo que quieran cuando se les venga en gana. Otros tantos simularán escándalo ante la poca cooperación de estas mismas empresas para promover un ambiente “democrático”. Algunos más solo pensarán en la lastimosa participación del IFE en su rol como supervisores del teatro electoral.

La verdad es que incluso si no tuviéramos programado ningún evento deportivo en esa fecha, no sería arriesgado afirmar que el porcentaje de la población con la paciencia para escuchar debrayar a cuatro candidatos con limitada elocuencia sería muy reducido. Ahora imaginemos la fracción de ese porcentaje que sacaría algún enunciado crítico relevante sobre tal ejercicio.

El debate es algo místico e idealizado, un evento que independientemente de su formato ligeramente arcaico, presenta muy poco para el votante moderadamente informado. La razón de ello es que el fondo de las campañas es prácticamente inexistente, de manera que el debate sobre la misma superficialidad de forma se antoja más como un espectáculo más del teatro del absurdo que como un verdadero foro de discusión.
El binomio de televisoras y partidos se extrapola a un círculo vicioso que, cuando se dan casos como el del domingo, es muy evidente observar su funcionamiento. Las campañas son actos mediáticos, los actos mediáticos tradicionales son más populares, el contenido de ellos re-afirma la vacuidad crítica del electorado y de ahí “pal real”.

El IFE y el mismo Estado intentan vender la idea de que un debate es la panacea democrática de la carrera presidencial. Se coloca entonces a los medios como el enemigo de la democracia y las argumentaciones de “libertades” sociales y políticas encontradas se pierden en un limbo de irrelevancia. La cuestión aquí es que todo sigue dentro de ese mismo esquema de política simulada en el cada seis años se nos hace creer participes de un maquinaría de la cual perdimos el control hace mucho tiempo ya.

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