¿Qué debo hace cuando la niebla se vuelve demasiado densa para ignorarla? Aunque... más que densa, simplemente parece haber tomado color. Si cierro los ojos puedo ver hermosos tonos de verde y morado parpadeando intermitentemente como tímidos, pero jugetones fantasmas.
Fantasma es una palabra linda, pues primero que nada evoca trasparencia y un extraño sentido de tranquilidad. Un sentimiento tan ajeno que ahora solo pertence a ese rango de lo sobrenatural. Los fantasmas son, si acaso, como un hermoso sueño. Una esperanza de trascendencia, un sonido en el abismo del silencio.
El silencio es maravilloso, al menos ahora por ser tan infrecuente. Ya no es posible escuchar tus propias lágrimas sin contaminarte del bullicio de eso que llamamos presente. Apagar la luz a veces ayuda; pero cuando por fin logras concentrarte, hasta la luna comienza a silbar.
La luna brilla porque la noche es oscura y ella prefiere el contraste a la verdad. Aún así, ella juega con las sombras y se esconde para parecer más delgada, más risueña o, más bien, menos triste. Pero aunque las torres intentan alcanzarla para aliviar su soledad, ella prefiere mostrarse loca antes que lastimosa.
Donde la locura ha perdido definición. Ahora es sinónimo de originalidad y esperanza de los incomprendidos. Justifiación de los desorientados y ventaja de aquellos que son juzgados como genios por su éxito más que por su hacer.
¿Y cómo debemos obrar sino es bajo la premisa del silencio? Ese silencio que evoca la locura de nuestros mismos fantasmas
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