Wednesday, April 27, 2011

Torres o pilares

Cuando expresas una idea, lo primero que haces es sacarla del resguardo de tu mente, de esa jaula que la aprisiona; pero que al mismo tiempo la guarece, la nutre y le da fuerza. Esa idea a veces no es más que un conjunto de imágenes dinámicas, abstracciones, sonidos y olores que comienzan a hacer sentido cuando cierras tus ojos, te detienes y caes en ese extraño estado entre el sueño profundo y la completa conciencia.

Ese colectivo de colores y sentimientos que solo se proyectan en tu imaginación pierde fuerza al intentar ser descrito y acomodado en el dominio de lo expresable. Sin embargo, también gana sentido, significación e incluso comprensión; no solo propia sino también de parte de aquellos que nos pudieran llegar a conocer (o reconocer).

Lo peligroso es saber cómo y qué expresar. También es tema delicado el elegir a quién expresárselo, aunque de esto último muchas veces no tenemos control (o preferimos no tenerlo). Al final, el describir una idea es vulnerarla y hacerla fuerte a la vez. Volverla realidad y rescatarla del olvido. Brindarle definición, comprensión y un objetivo.

Hay muchas razones, sin embargo, por las que preferimos dejar que esas ideas mueran en el inmenso abismo de nuestra mente. Una, que me parece muy válida, es la simple incapacidad de expresarla en términos correctos. Es verdad que hay que pensar dos veces antes de romper el bello sonido del silencio. Otra, un poco más engañosa, es no tener a nadie con quién compartirla. Miles de ideas son regadas en el estéril suelo de la indiferencia, la incomprensión o incluso la envidia. Otras, susurradas al vacío de la noche.

Pero aunque muchas veces el miedo justifique la inacción, cuando una imagen se postra clara, vívida y de manera casi inspiradora en nuestro interior, el ignorarla no solo es cobardía; sino también una irresponsabilidad ante todos aquellos que podrían escuchar esos mismos sonidos de nuestra mente y coincidir en que son música.

Claro que hay que tener cuidado con ese hermoso pero traicionero fenómeno de la ilusión. Es fácil enamorarnos de una idea... de un concepto, de una imagen, un sueño o una canción. El verte reflejado en los ojos de alguien con quién nunca has hablado o imaginarte realizado tras una conversación que nunca sucederá es divertido; pero insignificante.

Cuando esa idea que embriaga nuestra conciencia se fortalece con la acción descontrolada e irresponsable del deseo, la memoria se empieza a confundir con la imaginación y las experiencias vividas con los sueños. La euforia se mal interpretan como felicidad y a la pasión se le nombra como amor. La nostalgia se vuelve tristeza y la melancolía dolor. La esperanza se transforma en certidumbre, la humildad en debilidad, lo trivial en relevante y el leve desasosiego crece y se transforma en un gigantesco monstruo amorfo que consume las ganas de vivir.

Pero, ¿cómo no ver todos nuestros sueños reflejados en esa persona que aún nos es desconocida? ¿Cómo no llenar ese molde vacío con toda esa carga que nos sobra? ¿Cómo no interpretarlo bajo nuestro limitado esquema de visión?

Es difícil. Entre menos tenemos más queremos compartir. Cuando se nos deja imaginar, el impulsor será siempre nuestro deseo. Entre más lejos de nuestras escasas referencias nos aventuremos, más desviada será nuestra construcción y, más decepcionante nuestra entrada a ese mundo que ya estaba erigido mucho antes de que llegáramos. Pero si algo de verdad hay en ese desierto de espejismos es el hecho de que al menos una parte de esa ilusión, por más mínima que sea, es real. Y esa fracción nos pertenece a ambos.

Por ello a veces es complicado hablar. Decir las cosas que con dificultad logramos pensar y expresar los sentimientos que ni siquiera nosotros podemos comprender. Hoy en día todo viene en paquetes ya muy digeridos, en un lenguaje demasiado estándar. Esa inquietud que te mantiene despierto a ti no es para nada la misma “angustia” que tiene llorando al otro.

Pero aunque se escriba con cuidado y se hable con elocuencia, muchas veces el único punto dónde tu ilusión coincide con su realidad es en el terreno del silencio. Ese silencio que se comprende por sí mismo y encuentra su hogar en las miradas. Un silencio que fuera de oscurecer, abrillanta los momentos y cataliza su verdadera comprensión.

Wednesday, April 13, 2011

Jugando

¿Qué debo hace cuando la niebla se vuelve demasiado densa para ignorarla? Aunque... más que densa, simplemente parece haber tomado color. Si cierro los ojos puedo ver hermosos tonos de verde y morado parpadeando intermitentemente como tímidos, pero jugetones fantasmas.

Fantasma es una palabra linda, pues primero que nada evoca trasparencia y un extraño sentido de tranquilidad. Un sentimiento tan ajeno que ahora solo pertence a ese rango de lo sobrenatural. Los fantasmas son, si acaso, como un hermoso sueño. Una esperanza de trascendencia, un sonido en el abismo del silencio.

El silencio es maravilloso, al menos ahora por ser tan infrecuente. Ya no es posible escuchar tus propias lágrimas sin contaminarte del bullicio de eso que llamamos presente. Apagar la luz a veces ayuda; pero cuando por fin logras concentrarte, hasta la luna comienza a silbar.

La luna brilla porque la noche es oscura y ella prefiere el contraste a la verdad. Aún así, ella juega con las sombras y se esconde para parecer más delgada, más risueña o, más bien, menos triste. Pero aunque las torres intentan alcanzarla para aliviar su soledad, ella prefiere mostrarse loca antes que lastimosa.

Donde la locura ha perdido definición. Ahora es sinónimo de originalidad y esperanza de los incomprendidos. Justifiación de los desorientados y ventaja de aquellos que son juzgados como genios por su éxito más que por su hacer.

¿Y cómo debemos obrar sino es bajo la premisa del silencio? Ese silencio que evoca la locura de nuestros mismos fantasmas

Wednesday, April 6, 2011

¿Y ahora qué?

La gente, cuando temporalmente despierta de su estupor de indiferencia, reclama revoluciones. Se critica, se dice, se opina. Se grita que hay que cambiar al gobierno, a las instituciones, a la iniciativa privada. Se habla de todo esto como si el Estado fuera un ente externo, como si las corporaciones fueran objetos con vida propia y como si la sociedad civil fuera una abstracción casi incomprensible del pueblo.

Se ve a todos estos actores de la sociedad como una gran máquina; estática y obsoleta. Una enorme caja negra cuyos mecanismos, palancas y engranes son tan intrincados y especializados que el operarla es casi imposible; más aún el intentar repararla.

Así, al no saber como ajustar la operación de esa gigantesca mole que dictamina nuestro día a día, nos perdemos en la esperanza infantil de que la máquina comenzará a funcionar con tan solo gritarle un poco, arrojarle un par de piedras y darle unos cuantos golpes. Entre más ruido se haga, mejor; así podemos ignorar los sonidos internos que nos dicen que cualquier brujería que haya dentro está por averiarse aún más.

Por eso es curioso ver todavía personas sorprendidas con la falta de cambio real en nuestra sociedad. Si acaso, es interesante observar como hemos mantenido “funcionando” ese conglomerado de ideas absurdas, modas ajenas e ilusiones nacionalistas durante tanto tiempo y trás tantos golpes. Con parches por aquí y por acá etiquetados como “educación”, “revolución” o “progreso” hemos controlado las fugas que, sí se han detenido completamente, es porque la máquina se quedo sin aceite hace muchos años ya.

Entonces, sin importar a quién se culpe (porque alguien debe de tener la culpa), al final todo ese vigoroso ánimo y enjundía se agota en arrojar monedas a una fuente vacía. Donde ya ni siquiera pedimos deseos; pues sabemos que igual no se van a cumplir. Lo más triste es toda esa gente que se abalanza por recoger esas míseras monedas. Haciéndose pasar por uno más de nosotros, gritan a viva voz nuestras consignas mientras recogen a manos llenas los pocos pesos que estamos dispuestos a tirar.

Pocos se dan cuenta que, en el sentido menos pesimista de las cosas, todo eso que aborrecemos de esa enorme maquinaria que llamamos sociedad es todo aquello que nosotros mismos somos. Si echamos un vistazo dentro de esa caja negra veremos que dentro no hay más que una pequeña esfera que refleja todo lo que se encuentra fuera de ella.

El Estado, las corporaciones, las instituciones y la sociedad civil no son más que nosotros mismos colectivizados y vistos desde lejos. Si la máquina ha fallado es porque no hemos sabido manejarla. O en algunos casos, porque ni siquiera nos hemos preguntado como hacerlo. La costumbre, bien dice un proverbio, es como una segunda naturaleza. Pero bien decía Mill también, a veces es usurpadora de la primera.

Estamos tan acostumbrados a la fantástica idea de la república democrática que parece absurdo el cuestionar porque nos ha fallado tantas veces. Y los que lo hacen, a veces prefieren perderse en los “heroicos” ideales de revolución y lucha proletaria que ya se antojaban problemáticos e inertes desde antes de la revolución rusa. Al final, eso también es un gran producto de consumo.

Los gritos de la gente también son combustible de esta sociedad “liberal” en la que vivimos. Un poco de caos, protesta y problemas en medidas controladas le sigue dando legitimidad a un sistema dónde la libertad es la ilusión más poderosa. La opresión política en base al miedo y la intimidación es un mecanismo inservible ahora más que nunca; pero la opresión social, con su translucidez casi fantasmagórica, es mucho más poderosa que las policías secretas de antaño.

Que no se te encuentre cuestionado la divina moralidad del trabajo, porque incluso los más cercanos a tí te tacharan de flojo y vividor. Más aquí en la gloriosa sultana del norte dónde estamos tan embriagados de nuestro orgullo “chambeador” que se nos ha olvidado incluso el trabajar para disfrutar de todos estos placeres que sentimos merecernos.

Y volvemos a la gran problemática. Esa sociedad tan distante a la que culpamos de todo esta “repentina” ola de violencia no es más que nuestro sentimiento colectivo, nuestras actitudes y nuestras acciones reflejadas en este confuso presente.

Lamentablemente, hay veces que se llega a un punto en el que un pegajoso “hay que mejorar empezando por nosotros” deja de ser suficiente (si acaso alguna vez lo fue). Por desgracia esto dejo de ser cuestión de actitud desde hace ya mucho tiempo. Y no dejen que la ilusión de ese “querer es poder” siga nublando sus mentes con aspiraciones irreales y esperanza de lograr todo eso que planean empezar hasta el día de mañana.

El tejido social se encuentra enfermo y destruido. Estamos décadas detrás de lograr una participación ciudadana que pueda rivalizar el sofocamiento y pesadumbre que provoca nuestra viciada política. No por ello hay que dejar de trabajar; pero la situación demanda acciones mucho más concretas.

Acciones que, a pesar de su urgencia, no deben de ser confundidas con arranques revolucionarios o intempestivos sueños de destrucción. El borrón y cuenta nueva es también el olvidar los grandes errores que como pueblo hemos sufrido. Hay muy poco espacio para construir, pero aún es posible colocar algunos bloques por aquí y por allá.

El enojarse no basta. El indignarse es parte del proceso, pero no es suficiente. Al primer lugar que debemos llegar para no ahogarnos es al de esa boya con el letrero de “cuestionar”. Que si bien podríamos cuestionar todo, el tiempo no nos alcanza para hacerlo. Habrá que ser un tanto selectivos, pero lo primero que tenemos que preguntarnos es: ¿Cómo hago para que tú, él y todos comencemos a preguntarnos qué es lo que hay que hacer?

Entre más personas pregunten, es más probable que alguien que sepa la respuesta nos pueda contestar. Y cuando eso empiece a suceder, no será suficiente preguntar cualquier cosa. Hay que cuestionar, uno por uno, todo esto que la tradición nos ha dicho es incuestionable. Porque no todo es culpa del gobierno, hay veces que el mismo sistema no te deja pensar.