This is the state in despair. No
matter how much the despairing person avoids it, no matter how successfully he
has completely lost himself (specially the case in the form of despair that is
ignorance of being in despair) and lost himself in such manner that the loss is
not at all detectable—eternity nevertheless will make it manifest that his
condition was despair and will nail him to himself so that his torment will still be that he cannot rid himself of his self, and it will
become obvious that he was just imagining that he had succeeded in doing so. Eternity
is obliged to do this, because to have a self, to be a self, is the greatest
concession, an infinite concession, given to man, but it is also eternity’s
claim upon him.
S. Kierkegaard
28/Jun/2013,
Aeropuerto Internacional de Houston
Es extraño el estar en un viaje que no sea
estrictamente de trabajo. Mi vida me ha hecho así de contradictorio. Hace unos
minutos estaba en la barra de un bar del aeropuerto; sintiéndome abrumado
nuevamente por la realidad. El whiskey doble que consumí era por demás
innecesario; sin embargo resulto extremadamente relajante.
La chica que atendía la barra, como si hubiera
sentido mi melancolía crónica, me preguntó repetidas ocasiones si me encontraba
“bien”, a lo que repetidas ocasiones respondí que “si”. La verdad de las cosas
es que si me encuentro bien; tal vez mejor que en mucho tiempo, pero la
realidad no deja de incomodarme.
Todo se escucha ridículo en inglés. Esa es mi
única conclusión de momento. Tengo ganas de platicar con un extraño; ganas de
platicar de mí.
30/Jun/2013 London fields
Por primera vez en mucho tiempo me siento como
en casa. Somos, sin duda, los hijos de una generación perdida. Al final lo
único que buscamos es amor (sea lo sea que eso signifique) y, obviamente,
relevancia.
1º/Julio/2013 Escaleras de la biblioteca
Bodleiana, Oxford
He aprendido que solo se puede conocer una
ciudad si conoces a su gente. Lamentablemente no tengo ni el tiempo ni la
facilidad de profundizar en mi relación con ningún local de Oxford de forma que
la segunda mejor alternativa es observar la compleja interacción de la gente y
su ciudad.
Cada vez me cuesta más salir de viaje y llevar
conmigo los viejos paradigmas del turista. Hoy más que nunca me pesa tomar
fotografías y visitar museos o catedrales. La única esperanza que a veces me
queda cuando me muevo entre ríos de desorientados viajeros es la de encontrar
algún símbolo perdido de relevancia; alguna señal representativa del Universo
en torno a mi empresa de entenderlo y comunicarlo.
Muchas veces sucede, ya sea por obra real de las
circunstancias o por mi propia alucinación de estas. Alguna pintura, alguna
mención, algún lugar histórico con dejos de mi existencialismo burdo y
divergente. Esas son las fotografías de la consciencia y la verdadera esencia
de una ciudad.
Me cuesta tomar fotografías porque me pesa
llevar cargando las borrosas memorias falsas que esas imágenes van a provocar.
Detesto las imágenes. Creo que las odio por estáticas. Aborrezco lo que no se
mueve, lo que no se manifiesta.
2/Julio/2013 Radcliffe Square, Oxford
El tiempo no significa nada cuando estamos
realmente despiertos. En un esfuerzo por encontrar sentido en un día normal y
rutinario, es justo en el vértice dónde confluye la reflexión racional con la
emotividad del sentimiento de existencia dónde todo, incluyendo el tiempo,
pierde sentido.
A pesar de que tengo que medir mi estancia en
este café para cumplir con un plan obligaciones, por un par de horas pareciera
totalmente irrelevante el ritmo al que avanza el reloj.
Entre línea y línea leo pasajes
existencialistas y no puedo dejar de imaginar que todas esas palabras me hablan
a mí solamente. Es cómo imaginar que el sol sigue tus pasos. La gran ironía de
mi nihilismo es pensar que el todo y la nada me tienen contemplado a mí para
dar este mensaje de totalidad e insignificancia.
Mi anhelo es solamente confundir el alma de los
que me leen. Motivar el replanteamiento de su realidad, aquella que como la mía
es su momento, no es más que una torre de cartas, espejos e ilusiones.
2/Julio/2013 Tren a Durham, estación de
Sheffield
Poco antes de llegar a la estación, observando
pradera tras pradera del genérico verde de una naturaleza desconocida me di
cuenta de un par de cosas. La primera es que mi discurso filosófico
difícilmente será tomado con el rigor que los paradigmas “científicos” de mí
actualidad demandan. Esto será atribuible al estilo mayormente lírico y
personal con el que suelo darme licencia para escribir sobre todo lo que a mi
entender conlleva alguna revelación más o menos general y relevante sobre el
Universo. La sola naturaleza especulativa, que ya de por si es arrogante, me
hace sentirme identificado con otros grandes sistematizadores de la realidad
que en su pretensión han sido incomprendidos o sobrevaluados.
La segunda cosa que pasó por mi mente al
observar esas británicas lomas de pasto y sus intrascendentes vacas y ovejas
fue el darme cuenta que en lo que a mi veloz pasar respecta, toda la imagen en
su dinamismo existencial, me es totalmente insignificante. Pensé entonces cómo ningún
lugar (ni en tiempo ni en espacio) contiene alguna significancia intrínseca a
nuestro fragmento individual.
Esto da pie a algunos desarrollos. El primero
que quisiera abordar es simple y, hasta cierto punto, gracioso. Si el caso que
expongo es congruente y estuvieran de acuerdo con él, la naturaleza del “turista”
en su genérica particularidad es irrisoria y un tanto patética.
El turista atiende a ciertos lugares (en
espacio ya que la significancia en tiempo es algo que aún no puede atribuir o
controlar) con la intención de darles una significancia personal que
irónicamente se encuentra basada en una concepción colectiva y ajena; siendo
entonces mayormente intrascendente al individuo en sí.
De esta forma, en un esfuerzo inútil se intenta
sublimar de forma burda y superficial lo inerte de una imagen, un lugar, un
símbolo o una ciudad entera. Los resultados varían, pero incluyen la generación
de fotografías, memorias y experiencias vacías y forzadas que no sirven más que
para perpetuar la cortina de humo azul que enmascara la real insignificancia
del todo y la vida.
Es verdad, claro, que a manera de un efecto
meramente colateral surgen experiencias personales en las que un significado
individual puede ser apropiado y asimilado. Sin embargo me parece lamentable
que se deja esa ventana de posibilidades al gigantesco vacío de lo fortuito.
¿Cuál es entonces la significancia del viaje o cómo se pretende debería serlo?
Detesto hablar de imperativos cómo si en
realidad conociera la verdadera ética de la existencia; sin embargo en esa
misma abstracción de mi esquema asumido de valores es de dónde me atrevo a
ejercer una opinión, debatible, sobre la disciplina del existir.
Si un lugar carece de significado por sí solo,
la intencionalidad que pueda asumir le tiene que ser dada por quién pretenda
darle esa significancia. Hablando en términos simples, es mediante la intención
individual que ejerciendo y manifestando su existencia, atribuye un significado
a la realidad del lugar. Considero imposible el existir en un lugar determinado
sin ejercer una intención; pero es la manifestación consciente de esa intención
lo que produce la experiencia activa, significante y, posiblemente,
trascendente, de un momento determinado.
Es claro que para ejercer una intención también
es necesario cierto grado de ejercicio de poder, de forma que un viajero
determinado puede tener o no la capacidad de ejercer ese poder de forma
significante. En mi caso, no tenía capacidad para transformar esa imagen
genérica de praderas en algo trascendente; sin embargo el verter estas palabras
le dan al viaje en el tren un lugar privilegiado en mi memoria; fruto de esa
misma intención de expresión en un lugar lejano y el ejercicio del poder para
expresarlo como aquí lo muestro.
-.-.-.-.-.-.-.-
En ese sentido y siguiendo ese camino de
pensamiento, los recuerdos que me llevo de Oxford son en la facilidad que estos
se presentan en la interacción con mi amigo Federico Garza de León. Esto,
aunque bastante significativo, no puede ser atribuido a la ciudad; sino a una
significación previa formada en otros espacios y otros lugares por la compleja
dinámica de la amistad y la interacción humana. Y si bien el haber compartido
una copa en la taberna dónde Tolkien y C.S. Lewis discutían las mismas
irrelevancias por las que ahora se les admira fue bastante significativo; la
labor del espacio en esa intención no deja de ser meramente periférica.
En mi necesidad de buscarle significado a lo
que yo mismo he asumido repetidamente como absurdo, imagine un nuevo método de
creación de memorias y relaciones con este y otros viajes. Decidí comprar un
libro interesante y cuya lectura y pasajes quedaran siempre asociados con mi
visita a esta sede de conocimiento occidental. En alineación con los temas que
aquí me ocupan, elegí un tomo de escritos angulares de la tradición
existencialista; esa que de la que en su momento muchos querían deslindarse.
Así, entre párrafo y párrafo escrito le doy una repasada a algunas de las notas
de Unamuno, Nietzsche y Sartre entre otros.
Este fragmento de mi escrito deriva
directamente del siguiente pasaje de Kierkegaard:
The paradox of faith, then, is
this: that the single individual is higher than the universal, that the single
individual—to recall a distinction in dogmatics rather rare these days—determines
his relation to the universal by his relation to the absolute, not his relation
to the absolute by his relation to the universal.
A lo que se me ocurre contestar que tal vez esa
paradoja sea inexistente si relacionamos la fe como esa misma intención del
individuo de pertenecer al universal; dónde la distinción entre lo absoluto y
su fragmento es la misma voluntad universal entendida cómo propósito. ¿Es acaso
este propósito o necesidad de uno el móvil natural de la existencia? Pienso, de
momento, que sí.
2/Julio/2013 Varsity Bar, Durham
He llegado a mi destino y aunque de momento no
tengo mucha intención de escribir, he decidido hacerlo. En mi extraña noción de
las cosas ordené un whisky irlandés debido a mi proximidad imaginada con esa
región. Mi mente se remonta entonces—ya perdida en sus ilusiones—a las humanas
historias de Joyce y sus Dublineses. Todo, obviamente, es un tanto ridículo.
-.-.-.-.-.-.-.-
La pausa que hice para comer me ha robado de
toda inspiración y deseo de expresión. Siento ahora que lo único que me
gustaría es descansar, seguir bebiendo y comenzar a observar a la gente. Las
primeras impresiones de una ciudad son tan engañosas como las de las personas.
Aun así me voy a aventurar a ejercer irresponsablemente un comentario (o
varios) sobre mi primera interacción con Durham.
De entrada, la imponente catedral domina el
panorama y pone en evidencia casi de inmediato la naturaleza medieval histórica de la
ciudad. Su engañoso acomodo me dio la impresión de que me encontraba en una
ciudad un tanto más grande; sin embargo pronto me di cuenta que este no era el
caso.
Tras caminar algunas cuadras llegué al hotel
dónde estaría hospedado las siguientes tres noches. No recuerdo si alguna vez
he pasado tanto tiempo en alguna otra ciudad de la Gran Bretaña. Aunque los
alrededores me hicieron sentir algo de desconfianza, la amenidad que sentí al
entrar a The Shoes disipó ese
sentimiento.
Una par de viejos tomaban unas cervezas cuando
me acerque a la barra para hacer válida mi reservación. Una linda chica, de un
rostro bastante inocente y con una sombra muy peculiar en sus ojos; me pasó una
pequeña forma en la que llené mis datos. Casi de inmediato otro joven con una
dentadura un poco desafortunada me ayudó a subir mi maleta hasta el cuarto; el
cuál, para mi sorpresa, no le pedía absolutamente nada al de cualquier otra
cadena hotelera más comercial.
Después de instalarme, bajé para ver si podía
obtener algo de alimento y, claro, alguna bebida. No quise arriesgar nada, de forma que pedí un Jack
Daniels con coca y un vaso de agua al tiempo que me informaban que ya no
servían alimentos. No me quedó entonces alternativa más que salir a la ciudad.
La parada de autobús se encontraba a escasos
metros del hotel y aunque el camión hizo mi trayecto mucho más corto, a los dos
minutos que descendí del vehículo me di cuenta que tomarlo había sido
mayormente innecesario.
Así, en otros pocos minutos me encontraba ya en
el casco antiguo. Por mí limitada experiencia no pude evitar
relacionar las similitudes estéticas con la de aquella Vitoria Gasteiz de Álava
y otras joyas del país Vasco. No sé qué tanto pueda cambiar esa impresión en
los días que me quedan por acá; pero en esa osadía del prejuicio que tan
humanamente se nos da; me gustaría comentar que la gente en Durham tienen una
apariencia más… familiar comparado con la impresión final que me llevé de
Londres y Oxford. Lo que sea que eso signifique.
4/Julio/2013 Edificio Dawson, Universidad de
Durham, final de la conferencia
Should we appropriate others
people’s pain?
There is something that goes
beyond academic inquiry or even traditional rationalization of any given
concept. I refer to a highly speculative and emotional feeling which can bring
us, at least momentarily, out of this conceptual void of despair.
This, which I can only describe
as a feeling of collective universality, comes from that same subtraction we do
from our collective reality when we fall prey of this overwhelming sensation of
meaninglessness and absurdity.
In this re-affirmation of our
individuality, this internal and self-defense mechanism of isolation, we detach
ourselves from reality and from the realization of this general lack of meaning
in life. Yet, we are able to transcend back into the universal when we
re-connect at an emotional level with our humanity.
This, in essence, is the true
divinity of existence. To cry is to acknowledge our own fragmentation and to
name the dead is to re-affirm our own transcendence. We don’t only manifest our
will to exist; but we channel the collective intention of the Universe to
exist and express purpose.
-.-.-.-.-.-.-.-
Es bastante abrumador y desestabilizador el tratar
de conceptualizar la naturaleza violenta de la realidad al estar directamente
ligado a ella. Reafirmar los fracasos de la esencia histórica de la humanidad como
propios, como inevitables y naturales; ejerce un desgaste devastador.
Todo, por momentos, pierde relevancia y
significado; sin embargo lo hace de una manera tan rápida y brutal que en el
vacío queda un fantasma de angustia sin forma ni fondo. Una incomodidad
existencial casi paralizante se apodera del cuerpo, que a diferencia del
liberador nihilismo activo, hunde al alma en una pasividad que se quiere asumir
como total.
La convergencia de tantas ideas y conceptos es
de por si excesiva; de forma que solo queda la estela cansada de una inútil
labor de realización personal. En esa misma vulnerabilidad, el sentido común y
su elusiva emotividad dejan posibilidad a un extraño y sentimental momento en
dónde la universalidad, cómo sentimiento, encuentra espacio, vehículo y forma.
Las lágrimas son reflejo de una sensibilidad
fruto del quiebre de toda esperanza existencial. La reafirmación de la
divinidad del todo parece eludir por completo su trascendencia al hacer una
dinámica constructiva y deconstructiva en ese mismo vacío de significado.
Es claro que tengo que elaborar esto mucho más.