Es difícil el elucidar una reflexión corta sin
caer en superficialidades, pensamientos incompletos, trivializaciones o
desinformación. Esto, claro está, no significa que sea imposible. Profundas
reflexiones son comunicadas en el más simple de los aforismos; sin embargo el
expresar una síntesis de cuestiones que por sus implicaciones o simple sentido
de abstracción se presentan como poco claras sigue siendo un ejercicio retador.
Más, el hecho de que algún concepto o reflexión
sea “poco clara” tiende ser resultado de la falta de habilidad para expresarlo
o a una carencia de análisis del mismo. Es común el querer responder a alguna
pregunta o planteamiento con cualquier frente de ideas formado casi instantáneamente
por nuestro arreglo de creencias. Es una respuesta casi instintiva ante alguna
afirmación que se antoja debatible. La reacción como tal no es negativa; pero a
veces es poco prudente. Y no por el hecho de que le debamos recato a las ideas
de alguien (o de algo), sino que como cualquier reacción semi-automática sus consecuencias
suelen ser imprevistas y no todos están dispuestos a asumir la responsabilidad
de implicaciones que a veces nosotros mismos solo observamos hasta que la bomba
ha sido detonada.
Un buen punto de partida es darse cuenta que
muchas de las cosas del día a día que consideramos obvias u evidentes son
realmente cúmulos de suposiciones asumidas como verdaderas por el poder de la
autoridad, la costumbre o el desinterés. Cuando esa plataforma que nos soporta
se muestra tan frágil, es entonces más sencillo sensibilizarnos ante el impacto
de cualquier afirmación trivial reclamada con una seguridad no correspondida.
El párrafo anterior, por ejemplo, es peligroso
por su misma generalidad. Una generalidad inherente y pretendida; pero no por
ello menos irresponsable. Si tomamos lo expresado ahí como algo fijo, firme y
coherente podemos despegar en infinidad de líneas argumentativas que oscilaran
de lo ambiguo a lo profundo; de relativista a lo absoluto; de lo flexible a lo
dogmático.
El hecho de que la realidad, o más bien la interpretación
de ésta, no ofrezca un piso firme y definitivo del cuál partir no significa que
el Universo como tal no este firmemente depositado en una objetividad verdadera
y absoluta. El mundo, por ejemplo, es en sí y para sí y no requiere de nuestra
interpretación subjetiva para seguir siendo como se presenta y presentarse como
es.
A nivel humano, la falta de certidumbre total
no debe frenar el actuar o aturdir el pensamiento. Debe tomarse en cuenta y
nunca ser ignorada u olvidada. La misma naturaleza histórica del hombre muestra
que mediante un sentido de colectividad global y/o evolutiva se ha avanzado
(por lo menos en términos de cambio) sobre direcciones y construcciones
materiales, conceptuales y descriptivas. La ciencia es posiblemente el ejemplo
más contundente de este hecho. Ésta ha logrado trazar un cierto andar acumulativo
describiendo con cierto éxito la fenomenología de la naturaleza. Y aunque a
veces su efectividad es mal interpretada como infalibilidad y su postura
naturalmente escéptica es torcida con dogmatismos casi religiosos es difícil
vaciarla de mérito en su totalidad.
Por otro lado las ciencias sociales, que a mi
parecer son un humanismo mal entendido; comparten muchos de los vicios intrínsecos
de la actividad científica y humana sin compartir los éxitos o aciertos tan
palpables del resto de las ciencias. Es ahí dónde considero que el resto de las
artes liberales han triunfado en mantener su legitimidad al no tratar de
restringirse en modelos que no le pertenecen y de emular mecanismos que no les
corresponden.
La filosofía, por un lado, es el pivote
principal de la actividad reflexiva y es bajo su misma irrelevancia asumida que
logra ser tan poderosa e instrumental en la destrucción de arquetipos e ilusorios
pisos conceptuales. Su efectividad no radica en ser progresiva, pragmática y
útil; o en construirse a partir de ella misma; sino en lo contrario. El corazón
de su método es dejar entrever que nada está claro y; aunque funcionalmente
coherente en sí misma, tiende muchas veces a confrontarse, criticarse y
pensarse en su misma contra.
Y ese es el eje principal de las reflexiones
que pretendo impulsar. Una especie de “anarquismo” del pensamiento. Un caos
inducido por la sana desconfianza, no solo de las generalidades o grandes
discursos, sino esa sospecha siempre presente de lo más básico y esencial de
nuestro mapa de creencias. Al final es bueno recordar que aunque el Universo
parece ser caos y variabilidad, la casualidad de todo su origen es un eterno
caminar hacia la inmovilidad del orden.