Lo primero que se me vino a la mente cuando comencé a escribir estas líneas fue: ¿Por qué no las escribo en cursiva? Durante mis años en la primaria aprendí el viejo arte de la letra manuscrita; y al parecer todavía queda algo de ese joven Fede en mi interior. Como la mayoría de las cosas, hay cierto tipo de explicación lógica y racional detrás de este pensamiento.
Primero, las palabras que escribo en cursiva son ideas que quiero expresar; pero que realmente no quiero compartir. Al escribirlas de esta forma sé que no muchos tendrán la habilidad o la paciencia para intentar comprender mi horrorosa caligrafía. Ahora bien, lo mismo podría realizarse al escribir en otro idioma; uno extraño e impopular. Lamentablemente ahí me veo limitado por mi casi nulo reportorio de lenguajes. Pero lo que realmente vale recalcar de todo esto es el hecho de que todavía hay muchas ideas y sentimientos que quiero compartir; pero a la vez no quiero que nadie los lea. Esto es algo que no logro comprender.
Ustedes probablemente estén leyendo esto en su “ordenador” y es por ello que sería bueno darles algunos antecedentes del origen de este texto. En este momento me encuentro en la estación de Gernika, esperando el siguiente tren con dirección a Bermeo. Como en muchas otras ocasiones, me encuentro solo. Ya en otro momento he discutido las ventajas y desventajas de la soledad por lo que no aburriré con detalles.
Normalmente no escribiría nada que no fuera fruto de unos cuantos tecleos directamente en la computadora; sin embargo, cuando puedo, cargo con papel y pluma para plasmar cualquier esbozo de idea que se fabrique en mi cabeza. La verdad que pocas veces puedo. Pocas veces puedo cargar con papel y pluma y aún más pocas puedo transcribir esas ideas.
Hoy las cosas se acomodaron para que así fuera. La verdad de las cosas (de estas cosas) es que ahora no pasa nada por mi mente, ninguna idea o concepto revolucionario. Debo confesar que escribo todo esto a partir de un deseo de escribir más que de una verdadera justificación artística o intelectual. Me gusta ser sincero en lo que escribo. Es prácticamente la única forma en la que puedo ser del todo “verdadero”… y aún así no lo soy.
Para aquellos que no lo sepan, escribo con tinta roja. No siempre, sino hoy. Las razones se encuentran tan lejanas de mí que ni siquiera vale la pena explicarlo. Hablando de color rojo, hay unos lindos arbustos de esa misma tonalidad que me saludan desde su humilde hogar entre las rocas de las vías. Es curioso que no me percatara de su existencia hasta que mencione “tinta roja” y el color de la sangre se apoderó de mi mente.
Para todos ustedes que querían saber, la verdad que comencé a escribir pensando en ellas. Digo ellas y no ella porque la verdad que su personaje es ahora tan vago y tan abstracto que no me queda más que ponerlo en plural. Pero ahora no tengo nada que decir; porque cuando empiezo a pensar en todo esto… se me acaban las palabras.