Tuesday, October 28, 2014

La esperanza y otras burlas modernas

Dicen que la esperanza muere al último, lo cual me hace cuestionar si entonces todo esto debió haber llegado a su fin hace ya algunos años. Hablar de muerte en la actualidad invita de forma automática a hablar de violencia, pues en México ambas se han vuelto inseparables. Lo que anteriormente era una fecha para recordar a los que, por la misma inevitabilidad de la muerte, partieron antes que nosotros; ahora es un desagradable recordatorio de que vivimos en un país donde la vida no se respeta.

Lo anterior ya alcanza a sonar cliché, con todos los signos alarmantes que eso conlleva. La más reciente y relevante crisis de nuestro desquebrajado Estado es, claramente, Ayotzinapa. Es triste el sentirme apesadumbrado por el solo hecho de tener que estructurar un discurso sobre esta coyuntura tan terrible; aunque después, ante el reconocer que todo este entresijo es utilizado como recurso de mercadotecnia federal; me remonto a la Rana René como figura de liderazgo auténtico y se me pasa.

Lamentablemente es muy probable que no encuentren a los 43 desaparecidos así como no han encontrado a los otros 25,000. Pero así, con un par de meses de "esfuerzo" e "investigaciones" el Estado habrá justificado la condición actual de las cosas. Se tendrá la ilusión de compromiso, cierto salpique político al PRD y en una cuantas semanas cerrarán todo el show al tiempo que México estará listo para volver a su insoluble realidad.

Es casi molesto ver cómo la gente, en todos los niveles sociales, intelectuales o políticos, dan un estandarizado pésame a la nación al tiempo que se rehúsan a cuestionar o interiorizar la magnitud de la crisis. Para muchos el tema resulta totalmente “nuevo”, lo cual ya es indignante. Así, una masa de mediocridad intelectual se abalanza a soltar opiniones, quejas y recomendaciones sobre una realidad que voluntariamente ignoran.

Anteriormente me parecía pretensioso excluir o demeritar opiniones de temas sociales o políticos por la idealización estúpida de que cualquier signo de participación era positivo por sí mismo. Pero así como la ética me ha llevado a cuestionar la inherencia de la moralidad en actos sin contexto; así las opiniones ignorantes e irresponsables de aquellos que aún consideran a la televisión una autoridad crítica me han llegado a parecer detestables.

Se podría decir que la esperanza, entonces, ha muerto en mí. Que su accidentada trayectoria en mi endurecido corazón llegó finalmente a su fin al encontrarse con golpe tras golpe de prepotente antipatía y el sofocante aroma de una presunta intelectualidad. Con un abierto nihilismo “reconstructor” es posible incluso disfrazar cierto dejo de vitalidad existencial en mi negativismo burdo y, casi, ofensivo. Las estelas de sarcasmo embebidas en este texto complicarían incluso la supuesta seriedad e intención del mismo; sin embargo todos estos sentimientos se han vuelto tan intercambiables y cotidianos que al re-leer estás líneas siento un tono principalmente objetivo.

La realidad es que este tipo de pesimismo excluyente y crítica, aparentemente vacía, se han vuelto los pocos sentimientos sinceros que puedo rescatar de la retórica diaria de un México en colapso. Vale entonces citar a Dewey para tomar un respiro y continuar la reflexión de manera más amigable:

“La grave amenaza a nuestra democracia no está en la existencia de estados totalitarios extranjeros, sino en la existencia, dentro de nuestras propias actitudes personales y dentro de nuestras propias instituciones, de condiciones semejantes a las que en otros países extranjeros han dado la victoria a la autoridad externa, a la disciplina, a la uniformidad y a la sujeción al líder. En consecuencia el campo de batalla está también dentro de nosotros mismos y de nuestras instituciones”1

Si leemos el párrafo anterior con el mismo desahucio cognitivo con el que respiramos el día a día, podríamos rápidamente interpretar algo en el orden del “cambio está en uno mismo”. Discurso ridículo, complaciente y uno de los preferidos de esos enviciados amantes del “pensamiento positivo” que asumen que al cubrir la mirada con un filtro rosa todo retoma sentido, incluyendo nuestra ficticia racionalidad.

Sin embargo lo que Dewey describe arriba es un llamado de atención a una condición característica de hoy en día: la superficialidad. Una superficialidad adoptada como el disfraz preferido de la indiferencia moderna. No es que nos hayamos reusado a actuar u opinar; sino que nos hemos rehusado a hacerlo de forma consciente, crítica y reflexionada. La crisis que describe entonces no es de valores, ni de medios, ni de métodos; sino de propósito. Vamos como una boya sin amarras diría Ortega y Gasset, quién desde principios del siglo XX –es decir, hace más o menos 100 años- ya advertía esta crisis del espíritu humano.

Resulta entonces intelectualmente doloroso para nuestra generación el darnos cuenta que somos la materialización de todo aquello que los prominentes intelectuales del siglo pasado temían para las sociedades modernas. Somos una pesadilla histórica hecha realidad. Somos prueba viviente de que el vínculo entre razón e historia es más frágil de lo que cualquier teórico de la Escuela de Frankfurt pudo anticipar. En pocas palabras somos la generación que mejor refleja (a la fecha) el triunfo del hombre masa:

“… hombre que no quiere dar razones ni quiere tener razón, sino que, sencillamente, se muestra resuelto a imponer sus opiniones. He aquí lo nuevo: el derecho a no tener razón, la razón de la sinrazón […] la manifestación más palpable del nuevo modo de ser de las masas”2
Podría citar aquí todo aquel brillante ensayo que desmenuza el fenómeno de las masas y no habría una sola idea que no describa nuestra inmadurez colectiva. Así, nos perfilamos como la generación más avanzada y rica en recursos tecnológicos y económicos al tiempo que somos una especie de retroceso intelectual y humano. Una combinación tan peligrosa como el caso de esos ingenuos niños que toman una Uzi en un campo de tiro solo para perder el control y dispararse ellos mismo en la cabeza. Lo más aterrador es que son nuestros padres quién nos han autorizado (e insistido) en hacer tal estupidez.

Pero dejémonos de alegorías y tomemos otro de esos bellísimos ejemplos con los que no bendice nuestra masificada cultura de medios. Esa nefasta producción cinematográfica llamada “La Dictadura Perfecta”. La parodia solía ser un fino e inteligente juego entre la realidad, la ficción y la divina comedia. Esta obra de Luis Estrada no solo es mediocre; sino burda, aburrida y, desde esta óptica de crisis reflexiva, dañina. Carente de ritmo y con su “broma” principal extendiéndose alrededor de 40 minutos más de la cuenta, sus mejores chistes son malas re-ediciones de instancias jocosas de la vida real en nuestras redes sociales. No aporta nada al tema, no dice nada que no se sepa, no profundiza (o si quiera intenta hacerlo) en ninguna circunstancia y obviamente no posee ninguna contribución en términos creativos o cinematográficos.

Es un llamado desesperado a reírnos de nuestro patético presente; porque en México, para bien o para mal, no se pierde nunca el sentido del humor. De esta manera nos enfrascamos sin querer en un pesimismo ético disfrazado con el empalagoso caramelo de la comedia mediocre. La película es reflejo de los mismos memes que intenta emular. Un retrato de la impotencia cotidiana, de lo infructuoso de nuestra crítica y de lo mecánico de nuestro actuar. Nos invita a intentar reír pues ya nos hemos cansado de llorar. Nos invita a seguir siendo inconsecuentes, pero en vez de en el dolor lo haremos en la risa. Nos invita a anestesiarnos y seguir perdiendo la poca sensibilidad que nos queda para quedar, ahora sí, totalmente adormecidos ante la descarada y desgarradora realidad de nuestros tiempos. Este tipo de contenidos continúan, irónicamente, preparando el terreno para todo aquello que intentan criticar.

¿Qué nos queda entonces si argumento que la misma esperanza ha muerto ya? Entendamos bien la bifurcación delante de nosotros. La muerte no es precisamente el final y la burla no tiene tampoco por qué ser negativa. Despertemos al absurdo con aquella lucidez que Camus invitaba en sus devenires existenciales y emancipémonos de la paralizante esperanza de un final deus ex machina.

No existen especialistas cuando la racionalidad misma pesa. Dejemos el vicio mexicano del caudillo, del experto, del que espera un líder que nos diga que hacer. Retomemos nuestra individualidad, no como alegoría de consumo; sino como estandarte de creación. Hagamos de la crítica un ethos de acción y no un artefacto discursivo.

Dejemos de buscar afuera, de seguir a gente de otros países que no entienden la mexicanidad, de menospreciar la opinión del trabajador, de ignorar el inmaduro reclamo del joven, de escuchar al líder que vive de ser mercenario del Estado, de creerle al académico que no deja espacio para preguntas, de respetar al emprendedor que replica en vez de crear, de admirar al filántropo que no cuestiona la existencia de la filantropía, de exaltar al artista que nos dice cómo debemos interpretar su obra, de reconocer al innovador social que nunca ha hecho sociedad ni con sus vecinos, de creer en el periodista de opinión que se resguarda en medios ilegítimos o de aspirar a ser aquellos individuos con los cuestionables estilos de vida que envidiamos.

Hace falta ir más allá, más adentro y más al fondo de las ilusiones que protegen el núcleo de la eterna pesadilla de un México destinado al milagro de un mítico y grandioso despertar; pues cuando el país esté listo para hacerlo es posible que no haya mucho por lo que valga la pena estar despierto.

1. John Dewey en Libertad y cultura (1939), México, Uteha, 1965

2. José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, México, Colección Austral, 2010

Thursday, September 4, 2014

8:32

Hay momentos en que todo parece congelarse. Repentinamente la existencia se convierte en una hoja en blanco, sin líneas, márgenes o referencias. El sentir se esfuma y con él, el tiempo. Observar un reloj pierde entonces sentido.


8:32


8:32: Un código, tres números y dos puntos. Así, sin marco contextual, referencia o intención; nos hemos apropiado de un momento. Si observamos detenidamente la silueta de esos números concentrándonos en su superficialidad estética; cabe la posibilidad de caer enamorado ante una ilusión de arte.

Blanco y negro; como haciendo referencia a su misma naturaleza incierta. El 8, como recordatorio del infinito. El 3 y 2 como números cotidianos secuenciados en orden descendente. Simbolismos ocultos –y simulados- que pueden volverse evidentes una vez explicados. He (-mos) congelado el tiempo. Me apoderé de un momento, lo saqué de su frenetismo temporal y así, esterilizando su esencia, lo exhibo desnudo e indefenso.

Le arrebate su eternidad y lo volví estático, inmóvil, inerte. A la eternidad no le robé nada; pues lo que capturé fue si acaso un fragmento del momento infinito del todo. Fuera de sí, sigue sin haber nada. Dentro, únicamente di origen a una bifurcación más en el laberinto de luz que llamamos existencia.

Si se compartiera este momento con la pretensión de ocultar sus inofensivos vacíos; sería posible capitalizar nuestra manía de buscar significados e intenciones mediante esta simulación de arte. Hablaríamos entonces de una devastadora alegoría moderna. Esa misma alegoría que he explicado más de una vez en quejas disfrazadas de poemas.

La visión del 8:32 es reconfortante, como lo es la visión de una nota de violencia o de economía en nuestras burbujas de frenetismo cotidiano. El observar el espejismo mencionado es tranquilizador ya que se observa una imagen, una composición, una vitrina. Se asume entonces una supuesta profundidad creativa en el envase de un instante arrebatado al todo. Podría entonces disfrazar su irrelevancia con retórica igual de banal; así como hacemos con nuestros intentos de justificar la pequeñez de nuestros actos. Así, sin superar la esfera del ¿para qué? podríamos justificar la existencia del 8:32 como un placebo artístico.

Sin embargo, de la misma manera en que el 8:32 es materia inerte, sofocada y estática; así son nuestros discursos y espejismos de supuesta relevancia. El 8:32 no es más que otro concepto sacado de su realidad y aislado, para análisis, en un paréntesis temporal que lo vacía de vida y contundencia cada segundo que permanece alejado del momento histórico que le dio origen. Y aun así nos empeñamos en utilizar, reciclar y abusar de una multitud de 8:32s para elaborar construcciones falsas de nuestra existencia. Para significar los estandartes caducos producto de la misma replica conceptual que desemboca del deporte académico de entubar ideas en salmuera.

Los 8:32s de la vida diaria nos hablan sin emitir sonidos, palabras o emociones. Y nosotros, hipnotizados en su poderoso arreglo blanco y negro, su voluminosas letras y su familiar fuente; atendemos de lleno a la indicación que nos dan. Nos dejamos llevar sin cuestionamiento alguno por la indicación de una hora que no corresponde a la realidad. Así, con el peso de la imagen, vamos todos clamando las 8:32, aún y cuando realmente sean ya las 12:07.

Sunday, August 24, 2014

PechaKucha MTY


“When I give food to the poor, they call me a saint. When I ask why the poor have no food, they call me a communist.” 
Hélder Pessoa Câmara

20 imágenes x 20 segundos. Que maravillosa y prístina alegoría al frenetismo de nuestros tiempos. No tan maravillosa es la connotación de “innovación social” con la que esta organización pretende replicar un modelo mayormente superficial de auto-indulgencia.

El pasado viernes tuve la oportunidad de asistir a este evento, replica de una aparente franquicia de creativos, que se llevó a cabo en las inmediaciones de los jardines de la Iglesia de Fátima. La sede no pudo ser más adecuada, colocándose en el corazón de San Pedro y al pie de una institución tradicionalmente definida por su caritativo rol de alivio ante las injusticias sociales de un presente mayormente incomprendido. Lo anterior lo digo sin ningún dejo de hipocresía. Es simplemente la aceptación descriptiva de un evento encapsulado en las mismas pretensiones de su sede.

Ahí estaba sentado yo, sin ninguna expectativa mayor que escuchar a algunos “emprendedores sociales” hablar de sus historias de éxito. Todo esto con el ánimo de aprender, asimilar y visualizar nuevas alternativas de impacto real sobre las múltiples y graves desavenencias de un presente mayormente inadecuado.

De inmediato, la torpeza de la presentadora/organizadora, y su intención de simularla mediante una supuesta indiferencia ante los convencionalismos de una actitud profesional, encendieron algunas banderas rojas. Después se anunció el formato de presentación, en el cuál básicamente se recorrerían 20 diapositivas en un transcurso no mayor a 7 minutos. En una inconsciente metáfora de la superficialidad de nuestros tiempos se nos pidió observar como algunas luminarias sociales intentaban (muchas veces sin éxito) elaborar un punto en un período de tiempo en dónde apenas es posible comenzar a concentrarse en los temas en cuestión. Replicando el vicio moderno por las imágenes y las pequeñas explosiones de contenido (Twitter, Facebook, YouTube, Whatsapp, etc.) se apeló a la falta de habilidades de concentración de una generación para mostrar insulsos episodios, aparentemente creativos, de inocua caridad.

Es una pena, verdaderamente, el tener que elaborar esta crítica cuando aún tengo la firme convicción de que algunos de los expositores tiene cosas realmente valiosas que decir y simplemente se vieron brutalmente limitados por un formato que desbordaba pretensión.

No mentiré; sin embargo, al decir que más de la mitad de los expositores fueron simplemente un reflejo de una burbuja detestable, conformes con poder generar algún impacto mínimo en términos sociales. Éxito que, vale la pena mencionar, estaba en parte asegurado por su condición de líderes sin rumbo en un sector mayormente alienado de la sociedad en la cual pretenden innovar. Nuevamente la palabra innovación se observa prostituida en lo que, a mi parecer, fue un vacuo desfile de anécdotas moralmente pretensiosas con un nulo contenido crítico de las causas que dieron origen a las necesidades que estos “filántropos” atendían con notable entusiasmo.

Hubo un par de intervenciones realmente deprimentes, otras simplemente rayaban en la mediocridad. Algunas, como el caso del estudiante de arquitectura Darío Cabral López o el interesante modelo de Javier Lozano; o el peculiar y carismático profesor de historia del arte Juan Alberto Caraballo; mostraban una intención única y sincera de generar valor y consciencia a través de esquemas sencillos, sensibles y aterrizados. El resto eran mayormente réplicas poco reflexionadas de modelos de intervención social que funcionaron en otros contextos y marcos culturales; o en el peor de los casos, publicidad glorificada de eventos o servicios  maquillados con el tinte de la responsabilidad social.

Términos tan escandalosos como “rentabilidad social” y referencias a menor número de engranajes en el cerebro de las personas con capacidades diferentes resultaron en alrededor de una hora y media de “frases ganadoras”, “lugares comunes” y una colectiva permisibilidad de indulgencia aislada, en todo momento, de lo que en teoría pretendían exaltar.

Ahora, no quiero que se malentienda el sentido de esta crítica. He de aceptar que a pesar de que algunos de los ponentes tenían, incluso, fuertes limitantes para exponer un punto, las labores caritativas no dejan de mostrarse como algo positivo en un mundo de brutal carencia e inequidad. Sin embargo me parece algo molesto el observar como nuestra sociedad conformista se tranquiliza con hacer un pequeño esfuerzo (en la medida de sus posibilidades) mientras se rehúsa, consciente o inconscientemente, a cuestionar los orígenes de tan graves problemáticas.

Ayudar a un montón de comunidades marginales para ahogar algún indicio de culpa simulada tiene un impacto recalcable, pero el hacerlo sobre una naturaleza igual de absurda que las contradicciones sistémicas que dieron origen a la marginalidad en sí me parece contradictorio. Era tal la necesidad de justificar o elevar la calidad moral poco reflexionada de cada una de estas intervenciones que el formato de PechaKucha ni siquiera contemplaba algún momento de preguntas, debate o discusión. Ahí estábamos todos, alimentándonos de lo que se mostraban como éxitos incuestionables, como fachadas perfectas de complemento a una vida de comodidades, lujos y tradicionalismos sociales. No había mecanismos, ni momentos, ni tiempos para elucidar algún cuestionamiento que permitiera profundizar las ramplonas suposiciones que llevaron a actuar a muchos de este supuesto innovadores sociales. El evento se formaba entonces en torno a las mismas limitantes de nuestra conformista y masificada sociedad.

Y así al final, de manera muy propia, todos aplaudíamos el esfuerzo de superficiales versiones de nuestro entorno al momento que dábamos pie al ritual de anestesia semanal que unas “cervecitas” inauguran en pro de las mismas convenciones sociales que nos tienen hundidos en las problemáticas que tratamos de atender.

Es importante entender que la innovación social no proviene de la generación de un modelo de “rentabilidad social” que tome partido de la misma desigualdad que simulamos detestar. Los verdaderos cambios y transformaciones sociales provienen de un cuestionamiento real y auténtico de la raíz misma que justifica el estado actual de las cosas. Es necesario revivir la interpretación histórica de nuestro presente y, comprender, en magnitud, contexto y marco actual; las verdaderas contradicciones que dan pauta a todos estos pequeños problemas que acontecen en nuestra minúscula realidad.


Un evento de innovación no debe ser una exaltación del status quo; sino un espacio contemplado para destruirlo.

Thursday, August 14, 2014

Flamas azules y otras noticias

Es interesante dar un clavado por las redes sociales y observar la mutiplicidad de reacciones en torno a aquellas noticas que los medios dictan como relevantes. Esta semana giran en torno a la muerte de Robin Williams, el conflicto de Gaza y el cambio de logotipo del ITESM; por mencionar algunos.  

En esta época de sobre-comunicación, no solo hay infinidad de reportes sobre estos acontecimientos sino también hay infinidad de comentarios respecto a ellos. El discurso sigue siendo bastante homogéneo, pero la valorización del comentario individual es tal que justifica cualquier aportación por más superficial, simplista y acrítica que sea. Resultan entonces interesante dibujar paralelismos de esta dinámica en relación a los mismos hábitos de producción y consumo que dictaminan nuestras conductas diarias. Se puede hablar de una oferta y demanda de estos contenidos así como de las interpretaciones e interacciones que resultan de ellos. 

Tomemos el caso del rediseño de imagen del ITESM. Esta noticia me parece sumamente representativa en dos vertientes. La primera en relación a la misma estrategia de la institución, la supuesta transformación anunciada y la atención especial que se la da al rediseño de la imagen. La segunda entorno a la recepción y la crítica de ese mismo cambio. Sin entrar de lleno a la cuestión estética y la valoración del diseño; el cambio radical de un ícono institucional, en cuestión de imagen, generó de inmediato críticas, burlas y una inercia muy fuerte respecto a su estado original. Súbitamente en el grueso de las redes sociales aparecieron “expertos” en diseño, imagen y estrategia corporativa por un lado; mientras que por otro estallaba la “creatividad” en forma de memes, materializando la crítica en divertidos comentarios pictóricos. 

La palabra hipocresía no deja de resonar en mi cabeza. Para cualquiera que preste un poco de atención en la evolución de los medios masivos y las interacciones sociales no es complicado dar cuenta que el gran vicio moderno son las imágenes. Diariamente consentimos el compartir detalles de nuestra vida privada con extraños y conocidos por medio de fotos a lo ancho y largo de las redes sociales. Nos hemos vuelto arquitectos de nuestra identidad en forma de marca. Reproducimos sin mucha consecuencia nuestras imágenes casi con la misma masividad que algunas compañías reproducen sus productos y consumimos también estas réplicas con el mismo entusiasmo. 

La comercialización de bienes y servicios es un eslabón de nuestro arcaico sistema productivo que conlleva infinidad de costos y consideraciones. Sin darnos cuenta hemos comprado este proceso como parte de nuestra vida diaria. Por esa dulce ilusión de relevancia no tenemos reparo en publicar cuánto corremos al día, en dónde nos encontramos a cada momento, qué pensamos de cualquier nimiedad cotidiana, qué vamos a comer y qué tanto disfrutamos de nuestro frenético y repetitivo ritmo de vida. 

Las instituciones reflejan ese mismo vacío en la superficialidad de sus “transformaciones”. En un evento mayormente mediático el Tec dio a conocer una nueva imagen y nada más. Se habló se otros cambios sin que se recibiera mucha atención a estos detalles en la cobertura periodística del evento. Lo que consumimos entonces fue solamente el logotipo y, por naturalidad de este mismo proceso, fue lo único que cobró relevancia a pesar de lo superficial de dicho cambio. 

Las reacciones entonces se propagaron mediante la generación de contenido igual de plano, alimentando la demanda constante de visualizaciones inconsecuentes y supuestamente entretenidas. Las memes por si solas son un fenómeno preocupante. Nos hemos vuelto tan dependientes de las imágenes que, aunque valgan más de mil palabras, resultan insuficientes para observar la complejidad de las opiniones que supuestamente plantean. 

¿Cómo podemos entonces atender o criticar estos acontecimiento con tantas contradicciones de por medio? ¿Cómo es posible justificar comentarios y opiniones basadas en hojeadas rápidas a través de simplistas redacciones de eventos mayormente incomprendidos en contexto, causa y consecuencias? 

Día a día se da más importancia al potencial liberador de la expresión y transparencia sin límites sin realmente dar ninguna consideración a los procesos cognitivos y analíticos requeridos para responsabilizarnos de nuestras propias opiniones. Es preocupante observar que poco a poco hemos caído presa de la misma inercia de reproducibilidad mecánica que caracteriza a nuestro sistema de producción en la parte de difusión y asimilación de nuestra interpretación de la realidad. Las externalidades de este fenómeno son colectivamente ignoradas y su discusión en el plano cotidiano virtualmente inexistente.  

La basura mediática entonces se vuelve algo más que una carencia única de los medios de comunicación; sino que se propaga por nuestra cuenta y a través de nuestra indulgente generación de contenido en el mismo esquema vacío y sin ningún tipo de significación del momento vital que le dio origen. Generamos, como quién dice, una cantidad absurda de basura y ruido comunicativo que solo ayuda a saturar el ya sobrepoblado mercado de la opinión. Esto, de entrada, genera un círculo vicioso en el cual el frenetismo de interpretación de noticias y acontecimientos se vuelve más apurado y menos analítico tanto su percepción como en sus reproducciones. 

En un paralelismo con muy poco de coincidencia resulta entonces importante observar como esos mismos mecanismos asemejan los repetitivos ciclos de nuestras semanas de existencia autómata y replicante. Pero si no tenemos tiempo ni siquiera de revisar las fuentes de nuestras noticias, tal vez sea demasiado pronto para exigir un mayor análisis de nuestra opinión sobre estas. El problema es cuando sea demasiado tarde.

Friday, July 11, 2014

Textos y otros géneros musicales

Es extraño que al leer tus textos me remonte a una época en la que enamorarse  de espejismos virtuales era algo perfectamente aceptable. Extraño cómo son tus escritos y cómo es tu caminar parsimonioso por la vida.
Desde afuera pareciera que simplemente estas ahí, esperando a escribir una oración brillantemente extraña mientas te alimentas de jugos y bebidas saludables. La manera en que te burlas de la realidad me hace pensar que nunca jamás te has visto envuelta en ella.

Eres sabia e ignorante al mismo tiempo. Atinas como aquellos niños simpáticos que parecen saber de qué hablan al tiempo que ponen en evidencia su infantil irracionalidad. Eres un alma abrumada en la angustia y la genialidad del sentir inadecuado de las cosas.

Vives, si, en una fantasía completamente desapegada de nuestra estricta y limitada realidad. Eso lo reclamas con cada incoherencia que describes de forma brillantemente inocente. En tu mente, la esperanza de un presente basado en las curiosidades de la imaginación es la única realidad que vale la pena describir.

Conversar contigo era como platicar conmigo mismo. Era, en cierta manera, una extraña mirada al espejo de mi niño interior. Hablar contigo era perderme en los ojos de un fantasma, en la actitud de un espectro que únicamente sondea la realidad por su potencial mérito artístico. Salir contigo era caminar de la mano de un artista sustraído de la historia y el presente. Era como presenciar un ente recolectando colores, sentimientos y manifiestos para su próxima obra absurda y fugaz. Era el caminar invisible de un melancólico domingo de ligera embriaguez.

Y de repente te transformas en un ente diferente, en una alegoría estética de ojos grandes, brillantes y vacíos. Te vuelves, como sin pensarlo, en una representación de lo detestable y en reivindicación de una generación perdida en imágenes. Enjaulada en pretensiones de cristal y fotografías color ocre te vuelves, nuevamente, en deseo de emancipación artística.

Dejas la irreverencia de una oración absurda para convertirte en la estética de una imagen depurada, filtrada y, sorprendentemente, aún con corazón. No quisiera más que adivinar tu esencia, presenciar tu historia y potencializar el reclamo creativo de tu alma. Mi único anhelo es el verte desplegar el par de alas destructoras que te pueden separar de la mediocridad de nuestro suelo interpretativo.

Besarte es un delirio, imaginarnos es irreverencia existencial. Tus colores son cambiantes y los míos virtualmente inexistentes. Me he quedado atrás, como espectador, como flama y chispa que solo el viento de la filosofía crítica puede llegar a potencializar como la base de tu despertar quasi-divino.


Eres (y son) lo que era (y no somos). Eres (y son) el caleidoscopio que reclama irrealidades de símbolos de colores vivos y manifiestos de trascendente emancipación.  Son el amor de la vida del mundo y otro hermoso espejismo en mi desértico andar.

Arreglos artísticos y la vida diaria antes de las 2am

Algunos de los arrepentimientos más dolorosos son aquellos que desbordan de la desidia de hacer nimiedades cotidianas. Son, sin duda, de una pesadez similar a cualquier sentimiento de pretendida trascendencia; sin embargo, en su naturaleza banal y mundana retoman cierta esencia mística de irrelevancia y contrariedad.

Pequeños sobresaltos o condiciones abruptas del día a día socavan, en mayor o menor medida, la templanza existencial del hombre. Cabe, por supuesto, la cuestión de definir si esos mecanismos de frustración crónica son causa o consecuencia del mismo pacto de mediocridad vital que hemos firmado en nuestro silencioso tolerar de un devenir cimentado en lo permisible de una realidad de ofensivo conformismo.

Hay un temor, justificado, en el explorar las condiciones casi irreales de un presente alternativo; de un re-planteamiento casi atemporal de nuestra potencialidad infinita en un presente de oportunidades superior al de épocas pasadas. La ilusión de una re-significación humanista de nuestro curso cernido en la auto-destrucción sigue pareciendo un grito poético de desesperación más que un verdadero argumento de reconstrucción histórica; sin embargo es la labor del sensible, el genio y el inadaptado el hacer presentes las contradicciones del deplorable arreglo actual al tiempo que se advierten alternativas de un atractivo futuro justificado en la sola voluntad y nobleza de la ingenuidad humana.

Para lo anterior no hace falta recurrir a las agotadas alegorías del poeta o las metáforas que, con mucha precisión, delinean paralelismos cósmicos en el actuar irracional de la sociedad humana y su irrisoria condición histórica. Tal vez lo único que haría falta iría más en relación a la sublimación de instantes a través de acordes musicales, aromas elusivos o composiciones estéticas de brillantez pura. Lamentablemente las mismas condiciones mecánicas del orden mundial exaltan la reproducción mecánica de ideas, fragmentos y componentes que pretenden ser arte mientras re-definen la descripción de este como insulsa artificialidad.

Si hubiera algo que rescatar de éste fenómeno de carencia sensible es que, desde la perspectiva indicada, esas propias desavenencias de  nuestra híper-modernidad  amalgaman un relato melancólico de nuestro fracaso generacional. Pareciera como si la misma actualidad nos obligara a disfrazar nuestra estupidez en un manto de indulgencia histórica para advertir a generaciones futuras de nuestra rendición forzada ante la masividad de un presente asfixiante.

Somos trágicos incluso en nuestra ilusoria festividad. La ironía se vuelve entonces un discurso normal, cotidiano y típico; antes que un recurso de re-interpretación artística o declaración militante. El arte por sí solo ha desaparecido en su ilusión de relevancia y el acto político inherente de su creación se fusiona entonces con los mismos mecanismos que le han robado el alma de su escurridiza esencia.

Nos hemos visto envueltos entonces en una burbuja inescapable de restitución moralista basada en una ética efímera de progreso insulso e incongruente. Ciertas palabras clave se posicionan como doctrinas de paquetes ideológicos tan limitados como contradictorios. Tolerancia, libertad, democracia y otros tantos sinsentidos han transformado el discurso de la realidad en una deprimente pantalla de conceptos negados a contextualizar una realidad que adolece de evaluación crítica y vitalismo existencial. Quedan, entonces, únicamente los suspiros de la irresponsabilidad hedonista de aquellos que niegan el presente como dictamen de moralidades absolutas. Es, por medio de los escandalosos arquetipos de rebeldía, que podemos asimilar dejos de voluntades reconstructoras y planteamientos verdaderamente reconfigurantes.

Pero, ¿podemos acaso esperar a que esos interceptos fortuitos reacomoden el presente mientras seguimos negando los vacíos de nuestra auto-impuesta presión autómata? Si la respuesta de usted es afirmativa, es evidente que dichos destellos solamente le apetecen como graciosas irregularidades en su condescendiente declive existencial; en cuyo caso, nada de lo anterior debe hacerle mucho sentido. Por otro lado, si el cuestionamiento anterior ha llegado a preocuparlo; entonces tal vez deba cernir su consternación en una sana arrogancia, casi tiránica, que nos permita alterar nuestro deprimente presente.


Tuesday, May 13, 2014

Repeticiones y otros sones



Las palabras no se agotan, simplemente se acaba la voluntad de redactarlas. La infinidad de configuraciones que permite una hoja en blanco es suficiente para comprender la inmensidad del universo. Habrá palabras que se repitan y habrá otras que se vuelven palabras al hacerlo. Una coma es suficiente para re-descubrir el significado de una cortina más del cosmos y un texto; para entrever los colores del todo.

Las estrellas son diosas e imágenes vacías a la vez. ¿Qué no somos acaso lo mismo? Al menos venimos del mismo lugar. Puede entonces pasar uno la eternidad de las eras intentando descubrir el lirismo de una existencia vacía y, a la vuelta del tiempo, darse cuenta que los agujeros negros son el estanque de las galaxias.

Si la luz dictamina la visión de lo existente (en la saturada ironía de los reflejos); ¿no será entonces la oscuridad redentora de los sueños? Resulta agobiante la precisión de las imágenes metafóricas cuando estas se observan ensimismadas en la realidad que pretenden desafiar; más, la necesidad de comprender la disonancia de las ideas y el dinamismo de emociones que hemos olvidado persiste. 

Ya no hay tiempo para evocar sentimientos y sublimar banalidades. No por nada los jóvenes se burlan del artista con sus agotadas imágenes de lo inadecuado. Son flujo e histéresis de un fracaso generacional. Son réplicas y replicantes de una broma infinita de repetición carente de arrepentimiento, angustia y voluntad.

Cansa también el intentar explicar lo obvio. El desperdiciar líneas y momentos de inspiración para justificar visiones sesgadas de una actualidad más allá de la redención. Cuesta trabajo también volver al dinamismo de una expresión libre y literaria de pretensiones conceptuales y momentos de divinidad individual. Atiendo entonces a la musicalidad del destino. A los acordes que dibuja el viento y las transiciones que marcan las nubes. La pauta entonces se vuelve eternidad. El pentagrama del existir se toca con la lucidez de la conciencia y con la añoranza de una totalidad que solo le pertenecía al tiempo antes de su existir.

Somos prisioneros de la irrisoria libertad de los vacíos. Experimentamos la conciencia del instante dividido en copretéritos de insulsa entropía. Y de repente, las estrellas colapsan, las galaxias desaparecen y los cometas se encogen. La luz queda atrapada en un mar de oscuridad y vacíos eternos. La nostalgia de un pasado redentor se esboza de nuevo y así, en fragmentos, comienzan a repetirse las palabras una y otra vez.  

La luna deslumbra. El sol, mientras tanto, siempre me pareció demasiado gris



Con la perspectiva adecuada, el arreglo de luces correcto y el ángulo ideal, todo parece mostrarse como definitivo y trascendental. Entre más lejano se encuentre el foco que alimenta nuestras ilusiones, su haz se transforma, de simple circunstancia mundana, en la historiografía de un fantasma cual aura derrama cascadas de espejismos. 

El reclamo de eternidad que cargamos en nuestros frágiles cuerpos es como un aneurisma a nuestra supuesta racionalidad. Esa habilidad de exagerar himnos de existencia es una vocación al patetismo poético que cualquier artista que se jacte de algo de sensibilidad debe comprender.

Lo anterior no debe escucharse como alguna condena a la ingenuidad que conlleva el romanticismo del delirio; simplemente hay que reconocer, en estos tiempos de niebla y oscuridad, lo contradictorio de nuestros ecos de voluntad. Mi labor; sin embargo, nunca se ha basado en la censura de sentimientos o emociones. Jugar al juez de la memoria y al capataz de los sueños es pronunciarse en contra del manifiesto entero del existir. Es evidenciar la estupidez que proviene de la mayor de las arrogancias; aquella que se alimenta de los retratos de nuestra atomizada individualidad y su esfuerzo de redimir la humanidad mediante decadencia.

La humildad y la soberbia de estas palabras conviven como luz y reflejos en un cuarto modernamente oscuro. Robaré palabras ajenas para aderezar con otra alegoría: Alegría y pena en un mismo lugar. No es tan difícil concebir la multiplicidad de los estados anímicos cuando se describe al tiempo como la traición principal de nuestra elusiva realidad. Si consideramos todo en un instante eterno, dividido a su vez por las limitantes de nuestros sentidos, entonces se vuelve aún más familiar el sentimiento de perdición que se combina con la euforia del momentáneo vacío cotidiano.

Todo lo anterior se pierde en la generalidad de un escrito sacado de contexto. Por más que nuestros esfuerzos de respirar originalidad se muestren como exhalaciones de poetas muertos; es importante aceptar que solo la superficialidad permite localizar particularidades de forma sencilla ante los ojos de algún lector invisible. Si se quiere alimentar una emotividad compartida y múltiple es necesario describir y derramar imágenes de sentimientos encuadernados con apuntes de realidad. Se vuelve necesario, en pocas palabras, destapar la flama que se asfixia es nuestro interior.

Por desgracia (para usted), el fuego que descubre estas letras en la oscuridad de la noche abochornada es de origen, desarrollo y efervescencia múltiple. Le debo a muchos nombres propios la añoranza de esta conversación; de forma que anecdotizar el escrito sería ahogarlo en agua de río.

Lo que escribo y lo que siento se lo debo a la niña de la jaula de plata, al ave de las cadenas doradas y al dragón del corazón de agua. Lo escribo por la memoria  del hada del cabello de fuego, la filósofa de los pueblos antiguos y a la sílfide del aura morada. Se lo debo a la leona de rugidos melódicos, al bólido de estela aguazul, al torbellino de la voz distraída y a la europea de los ojos tristes. Pienso entonces en otros muchos nombres más y lleno de alegría y tristeza el hueco que la memoria permite deformar con nociones de nostalgia y potencialidad perdida. Es entonces cuando doy cuenta que tomé demasiadas fotos con mi cámara y muy pocas con mi alma. Las conversaciones que tuve con todas ellas (reales e imaginadas) servirían para llenar un par de servilletas. Si exagero es para diferenciar el ejercicio de un simple lamento privado.

No me quejo mucho de estos últimos años; pues en perspectiva todo parece marchar en una dirección más o menos adecuada. Sin embargo hay noches en que la luna no parece mirarme de la misma manera…