Thursday, August 14, 2014

Flamas azules y otras noticias

Es interesante dar un clavado por las redes sociales y observar la mutiplicidad de reacciones en torno a aquellas noticas que los medios dictan como relevantes. Esta semana giran en torno a la muerte de Robin Williams, el conflicto de Gaza y el cambio de logotipo del ITESM; por mencionar algunos.  

En esta época de sobre-comunicación, no solo hay infinidad de reportes sobre estos acontecimientos sino también hay infinidad de comentarios respecto a ellos. El discurso sigue siendo bastante homogéneo, pero la valorización del comentario individual es tal que justifica cualquier aportación por más superficial, simplista y acrítica que sea. Resultan entonces interesante dibujar paralelismos de esta dinámica en relación a los mismos hábitos de producción y consumo que dictaminan nuestras conductas diarias. Se puede hablar de una oferta y demanda de estos contenidos así como de las interpretaciones e interacciones que resultan de ellos. 

Tomemos el caso del rediseño de imagen del ITESM. Esta noticia me parece sumamente representativa en dos vertientes. La primera en relación a la misma estrategia de la institución, la supuesta transformación anunciada y la atención especial que se la da al rediseño de la imagen. La segunda entorno a la recepción y la crítica de ese mismo cambio. Sin entrar de lleno a la cuestión estética y la valoración del diseño; el cambio radical de un ícono institucional, en cuestión de imagen, generó de inmediato críticas, burlas y una inercia muy fuerte respecto a su estado original. Súbitamente en el grueso de las redes sociales aparecieron “expertos” en diseño, imagen y estrategia corporativa por un lado; mientras que por otro estallaba la “creatividad” en forma de memes, materializando la crítica en divertidos comentarios pictóricos. 

La palabra hipocresía no deja de resonar en mi cabeza. Para cualquiera que preste un poco de atención en la evolución de los medios masivos y las interacciones sociales no es complicado dar cuenta que el gran vicio moderno son las imágenes. Diariamente consentimos el compartir detalles de nuestra vida privada con extraños y conocidos por medio de fotos a lo ancho y largo de las redes sociales. Nos hemos vuelto arquitectos de nuestra identidad en forma de marca. Reproducimos sin mucha consecuencia nuestras imágenes casi con la misma masividad que algunas compañías reproducen sus productos y consumimos también estas réplicas con el mismo entusiasmo. 

La comercialización de bienes y servicios es un eslabón de nuestro arcaico sistema productivo que conlleva infinidad de costos y consideraciones. Sin darnos cuenta hemos comprado este proceso como parte de nuestra vida diaria. Por esa dulce ilusión de relevancia no tenemos reparo en publicar cuánto corremos al día, en dónde nos encontramos a cada momento, qué pensamos de cualquier nimiedad cotidiana, qué vamos a comer y qué tanto disfrutamos de nuestro frenético y repetitivo ritmo de vida. 

Las instituciones reflejan ese mismo vacío en la superficialidad de sus “transformaciones”. En un evento mayormente mediático el Tec dio a conocer una nueva imagen y nada más. Se habló se otros cambios sin que se recibiera mucha atención a estos detalles en la cobertura periodística del evento. Lo que consumimos entonces fue solamente el logotipo y, por naturalidad de este mismo proceso, fue lo único que cobró relevancia a pesar de lo superficial de dicho cambio. 

Las reacciones entonces se propagaron mediante la generación de contenido igual de plano, alimentando la demanda constante de visualizaciones inconsecuentes y supuestamente entretenidas. Las memes por si solas son un fenómeno preocupante. Nos hemos vuelto tan dependientes de las imágenes que, aunque valgan más de mil palabras, resultan insuficientes para observar la complejidad de las opiniones que supuestamente plantean. 

¿Cómo podemos entonces atender o criticar estos acontecimiento con tantas contradicciones de por medio? ¿Cómo es posible justificar comentarios y opiniones basadas en hojeadas rápidas a través de simplistas redacciones de eventos mayormente incomprendidos en contexto, causa y consecuencias? 

Día a día se da más importancia al potencial liberador de la expresión y transparencia sin límites sin realmente dar ninguna consideración a los procesos cognitivos y analíticos requeridos para responsabilizarnos de nuestras propias opiniones. Es preocupante observar que poco a poco hemos caído presa de la misma inercia de reproducibilidad mecánica que caracteriza a nuestro sistema de producción en la parte de difusión y asimilación de nuestra interpretación de la realidad. Las externalidades de este fenómeno son colectivamente ignoradas y su discusión en el plano cotidiano virtualmente inexistente.  

La basura mediática entonces se vuelve algo más que una carencia única de los medios de comunicación; sino que se propaga por nuestra cuenta y a través de nuestra indulgente generación de contenido en el mismo esquema vacío y sin ningún tipo de significación del momento vital que le dio origen. Generamos, como quién dice, una cantidad absurda de basura y ruido comunicativo que solo ayuda a saturar el ya sobrepoblado mercado de la opinión. Esto, de entrada, genera un círculo vicioso en el cual el frenetismo de interpretación de noticias y acontecimientos se vuelve más apurado y menos analítico tanto su percepción como en sus reproducciones. 

En un paralelismo con muy poco de coincidencia resulta entonces importante observar como esos mismos mecanismos asemejan los repetitivos ciclos de nuestras semanas de existencia autómata y replicante. Pero si no tenemos tiempo ni siquiera de revisar las fuentes de nuestras noticias, tal vez sea demasiado pronto para exigir un mayor análisis de nuestra opinión sobre estas. El problema es cuando sea demasiado tarde.

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