Tuesday, January 22, 2013

Apuntes sobre fantasmas


-La estética también tiene alma.

Una fotografía de un hombre muerto a balazos, ahogado en su propio charco de sangre es una pizca de realidad. Esa misma fotografía sumergida en una paleta de colores pastel y tonos morados es una interpretación de ésta. Nombrar esa imagen arte es osado. El arte no se crea en imágenes; sino que se produce cuando la imagen encuentra su lugar dentro de nosotros y nos abofetea con toda la crudeza y absurdidad de esa pizca de realidad de dónde surgió.


-La música es, por definición, melancólica.

En su labor de reflejo del orden y caos invisible del Universo, la música es una expresión de carencia, de añoranza y relatos de fragmentación. El cosmos, en su infinidad, no deja de ser una capa inmensa de espacios vacíos. La música es la reivindicación de esos vacíos, sea cuál sea la naturaleza de estos. Ahí es dónde radica su belleza. En lo vasto del todo, la música es la única forma de expresión verdadera y con significación; a diferencia de los retratos que dicen mucho, pero no significan nada.


-La estética no debe aceptar reglas o convenciones.

La belleza tiende a degenerar en reglas burdas y esfuerzos estúpidos de emular su grandeza natural. El “gusto” es una paradójica broma que define concepciones arbitrarias e incompletas como reglas de apreciación y creación estética. Éstas son fruto de la arrogancia de algunos pocos que se sienten Dios. Ese Dios conceptual y eterno que todos llevamos dentro cómo espejo esférico, reflejo de nuestra incapacidad de entender el todo (y la nada). 

¿Cómo puede ser que alguien acepte la parametrización de la experiencia estética? Es mediante esas inertes definiciones que lo bello se convierte en protocolo anestésico y vacío de toda relevancia artística y existencial. Nada es bello por definición. Ésta se define en la concepción individual de su impacto estético dentro de la temporalidad y subjetividad de nuestras carencias personales. El arte es añoranza.


-La lluvia y el viento siempre han sido amantes.

Símbolo de aquel amor que ni siquiera las nubes comprenden; pero del que han decidido ser partícipes.  Ese amor indefinible en dónde la palabra es solamente un artificio para llenar los huecos de un texto. Es importante notar que el “siempre” no refiere en absoluto a una idea de eternidad; sino más bien a una opción de intención. Ni la lluvia ni el viento son eternos. ¿No sería acaso una estupidez decir que su amor si lo es? 

Ellos (y ellas) se aman cuando gustan, pero siempre se encuentran con predisposición a hacerlo. No lo hacen por amor a ellos; sino por amor a ellos mismos. Su dicha es que no se pueden observar; y su grandeza y mérito estético es que juntos solo se reflejan en momentos. 

Inadvertidamente rechazan al tiempo y se niegan a ser representados en imágenes vacías. ¡Incluso los poetas fallan al tratar de capturar su amor! La música casi lo logra, falla a la hora de tocarnos como nos tocan el viento y la lluvia. ¿Es ese el secreto del amor, su negación a ser descrito? Por ello es fácil darse cuenta que la fantasmagoría que llamamos amor es tan ridícula como nosotros.


-La noche es indulgente. Es un fantasma amistoso.

Muchos temen a la noche como algunos temen a la soledad. Ambos miedos son espejos y tanto la noche como la solitud son fantasmas de inmensa profundidad y belleza. De hecho, se llevan muy bien entre ellos. Algunas veces se transforman en sinónimos; otras tantas transfiguran en palabras y en ideas. De vez en cuando se convierten en día, en luna, en temor, en provocación y en muerte.

En donde se diferencian es en su duración. La noche dura instantes; la soledad dura eternidades en abrumadora subjetividad. La noche tiene vocación de madre. ¿Será que el Universo quiso comenzar a existir de noche y en la soledad? La noche escucha, perdona y guarda secretos. Acompaña el llanto y el éxtasis por igual. Nos invita a ser libres, a confesar pasiones y desnudar el alma. Esconde nuestras imperfecciones y sublima de la manera más hermosa nuestra desesperación. Nos deja llorar en su traslúcido regazo y nos consuela con imágenes de llamas que desgarran sus bordes. Nos invita a perdernos en océanos de ilusiones y sin importar cuantos días o años pasemos en su presencia, siempre nos cubrirá con su manto púrpura, mostrándonos las estrellas para no caer nunca en absoluta oscuridad.

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